sábado, 28 de septiembre de 2013

La infancia de Alan

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Hace dos meses, visité la casa que había sido mi hogar durante los primeros 13 años de mi vida. De esto hace 25. Tuve que fijarme en el nombre de la calle, en el número, en la localización. Pasé por allí dos veces. La miré. La volví a mirar. El edificio era el mismo, la misma pintura blanca en la azotea, el mismo color verdoso y gris.

Ésa no era mi casa.

En este libro hay una viñeta preciosa que muestra un instante así. A los 17 años volví a Santa Bárbara —se había ido de allí con poco más de tres—. Encontré la calle donde estaba esa casa sin vacilar un instante; fui directo. Guibert nos muestra al joven mirando tras la valla lo que una vez fue suyo, las manos a la espalda, sin protegerse; un coche: el adulto que se encuentra con el espacio que habitó cuando era niño. Hay una tristeza y una serenidad, un cumplimiento, en ese dibujo, y en esas frases cortas, que yo no podría describir jamás.

La niñez es una casa: la vida adulta son escombros.

Es solo eso: un niño que ha dejado de ser niño y que mira una vida que perdió.

No sabemos si sigue ahí.


Esto es parte de un texto sobre La infancia de Alan, que no es una reseña, creo, que se puede leer descargando el primer número de CuCO Cuadernos pinchando en este enlace. Hay otro sobre la Hermandad de Historietistas del Gran Norte, de Seth.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Revisando, en casa

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Crucifijo de Brunelleschi en la Capilla Gondi
Martirio de Santa Úrsula y Masacre de los Inocentes en la Capilla Rucellai
Virgen del Rosario de Giorgio Vasari
Limosna de San Gregorio Magno de Scannabecchi en la capilla Bardi


Cuando reviso las fotos, en casa de Nerea, que creo que no vendrá a comer, dando buena cuenta de un queso fontina (que está rico, pero debe de haberlos mucho mejores) y pan toscano (miga estupenda, crujiente corteza, soso) voy revisando las fotos. Veo la capilla Rucellai, con las obras de Giuliano Bugiardini, Giottesco y Andrea Pisano sobre todo (ah, la Madonna con el Niño) o la Capilla Bardi, con la Madonna del Rosario, de Vasari. Me sobrecogen las vidrieras, como siempre, y observo, en las fotos, la Capilla Gaddi, con arquitectura de Giovanni Antonio Dosio y el Transetto Occidentale y la Facciatta Interna, también llenita de frescos, con el Presepio de Sandro Botticelli, que fotografío (a ISO 6400) hasta el último detalle (va a tener más ruido que una discoteca en hora punta). El púlpito lo proyectó Brunelleschi y lo hizo Giovanni di Pietro del Ticcia, con escenas de la Anunciación, la Adoración, la Asunción de María o la presentación de Jesús en el templo. La basílica es meta de turistas y estudiosos: si uno quiere rezar gratis, que se vaya a la Capilla de la Pura. Ojalá los 5 euros de entrada (no, no me quejo: yo hay cosas que pago con mucho gusto) sirvan para contratar algún día a un museólogo que les diga cómo iluminar los cuadros.

Vidriera de la Capilla Strozzi de Mantua
Capilla Strozzi di Mantua de Nardo di Cione
Fachada de la Sacristía de Gherardo Silvani sobre diseño de Fabrizio Boschi
Anunciación de Santi di Tito
Anunciación de Santi di Tito
Pesebre de Botticelli
Anunciación de Pietro di Miniato
Anunciación de Pietro di Miniato
Púlpito de Brunellesci

Y no lo he dicho aún, pero lo más brutal, lo más imponente y lo más emocionante (por lo que tiene de símbolo, por lo que tiene de elemento estudiado en la más tierna adolescencia y por lo que tiene de signo religioso, de propaganda, de veneración y de genialidad) es el crucifijo de Giotto. Quién hubiera vivido aquí en esas épocas ebullescentes...

Crucifijo de Giotto

Crucifijo de Giotto
Tortuga de Giambologna
Los dos obeliscos y Santa Maria Novella. Se hacían carreras.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Capilla de los Españoles

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Capilla de los Españoles
La barquilla
Techo de la capilla
Ascensión

Cuando uno camina por el claustro, que, como todos los claustros, es un remanso de paz, se encuentra con la inesperada -al menos, para mí- y mareante -me quedo sin sacar la cámara y con la boca abierta al menos diez minutos, incrédula del todo- Capilla de los Españoles.

Claustro


Exaltación de la orden dominica
Exaltación de la orden dominica
Crucifixión
Crucifixión

Andrea da Firenze (es decir, Andrea Bonaiuti) pintó los frescos basándose en la concepción teológica del mundo que tenían los dominicos, que nunca me han caído bien porque me parecen de las órdenes más conservadoras de la Iglesia (sí, es una percepción; tampoco soy una experta). Está enteramente pintada y deben de haberla restaurado hace poco porque los frescos tienen colores muy vívidos. En el suelo hay tumbas, con esqueletos, huesos, calaveras. 

Exaltación de la orden dominica
Triunfo de la doctrina cristiana
La bajada al limbo
Triunfo de la doctrina cristiana