lunes, 31 de diciembre de 2012

2012

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Nació un niño que es un redondel cuando se asombra. Nacerá una niña o quizá cuando se publique esto ya haya nacido, porque voy a trompicones actualizando el blog con las fotos y la crónica, vuelta a redactar a ratos, del viaje a Argentina: hay cosas que no puedo, ni voy, a contar. Me suicidé y sabía que me iba a suicidar pero entonces no me importó o no supe salir. Entrevisté, por fin, a José María Pou, y me dio un abrazo. Tuve una crisis laboral, y personal, de la que salí gracias a Charo Calvo, que me agarró de los pelos y me arrastró hacia la luz y la conciencia. Conocí a un chico que es de colores. Pero creo que él no lo sabe. Se fue alguien, en julio, y sentí frío: sigo sintiendo frío. Murió mucha gente a la que admiré y a la que quise: poetas, cantantes, actores. Rompí con la relación más dañina que he tenido en mucho tiempo. Utilicé canciones para sanar, como siempre. Escribí, volví a escribir, volví a estrenar libretas. Estuve en Sevilla, en mi casa. Pisé, nuevamente, un aeropuerto para vivir un mes en otro lugar, para descubrir a gente a la que quiero volver a abrazar. La Orquesta de Extremadura sobrevivió y eso, para mí, significa algo más que la música: una cierta unión, algunos cafés, ampliar los círculos. Llegaron los mineros, a Madrid, y canté, en la distancia, Santa Bárbara Bendita. Vi ballenas y orcas y glaciares y me enamoré de los Andes y del Lago Argentino y volví a cantar en un coche como cuando era pequeña, mirando al lago Futalaufquen. Probé el mate por primera vez y aprendí -estoy aprendiendo- a comer de una manera más consciente. Pedí permiso para hacer retratos.




Un amigo volvió a su casa, después de diez años en otro país, a abrazar a su mujer y a sus hijos, y me dijo que es feliz. Estuve en La Lonja, como cada verano, cenando penosamente pero riéndonos mucho. Invité a un tipo atrayente a cenar: nunca lo había hecho antes. Viví dos primaveras, con frío de hielo, con calor asfixiante, y me puse morena como hacía siglos que no me ponía. Hablé mucho y callé cosas, pero pedí ayuda, cosa que tampoco suelo hacer. Encontré a alguien que reacciona igual que yo ante las incoherencias sentimentales y fue un alivio, porque supe que no era lo que me daba más pánico ser. Volví a hacer fotos, al tuntún, sin pensarlas, en un viaje en el que el paisaje casi lo conseguía todo. Constaté que mi cuerpo reacciona cuando lo descalabran. Creé un blog de cocina. Tuve una charla sobre amores perdidos en Esquel con una chica que me gustó mucho. Conocí a un hada en Mechuque y la abracé. Se casó Ángel y nos vimos, después de ocho años, como vi a Jandro, a Mariana, a Miriam, a Martina, a Marcos, y me encantó lo que vi. Comencé el año con Noelia y lo acabaré, como siempre, en los brazos de un amigo que sabe que soy gilipollas, pero, aún así, le gusto, de todas maneras. Y me quiere. Jordi estuvo pendiente de mí y me salvó de la angustia y la agonía. Quise estar en San Sebastián para abrazar mucho a una persona, para abrazarla todo el rato y salvarla del dolor, aunque no sea posible.

Y, como todos estos años, sigo teniendo mucha suerte con la gente que eligió estar conmigo. Feliz año nuevo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Once

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2 de noviembre de 2012.

Hemos quedado con Sandra en Balvanera, así que ese va a ser el recorrido inicial. Sandra es amiga de Adriana, me hizo empanadas, se puso enferma y acabó comiéndoselas su marido. Son de soja texturizada, tardan dos días en hacerse y yo se las he agradecido a esa mujer menuda, linda y de ojos grandes, como si me hubiera dado un festín.



En Balvanera están Abasto y Once. Once es un zoco inmenso de comercios mayoristas y minoristas, agobiante y bullicioso en el que una mujer se me acerca para decirme que tenga cuidado con la cámara. La correa pasa por debajo de mi brazo y mi cuello. Si me dan un tirón, me matan y la rompen, pero no se la llevan. De nueve de la mañana a siete de la tarde, "sin bolso, con pocos pesos y rápido", se puede caminar por el barrio. "A las siete y un minuto, desaparecé. Ni se te ocurra. Jamás". Es difícil que a mí me guste un lugar tan lleno de gente, con tanto empujón, tanto vendedor acosándote y tan estrecho (estrecho, en realidad, no es, pero se vuelve estrecho: no se puede caminar), pero el colorido (ropa mala, ropa hortera, caos, bullicio, zapatos de lentejuelas y baratijas varias) es muy curioso si es que te gustan esos ambientes. Yo prefiero algo más tranquilo. Además, el sol de primavera en Buenos Aires está en pleno apogeo desde las ocho de la mañana. Aquí, lo de las fotografías con buena luz es muy relativo: a las ocho parecen las doce igual.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Las guías de viaje

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1 de noviembre de 2012

Las guías de viaje, sostiene Marcos, muestran una visión europea de Buenos Aires. Buenos Aires, sostiene Adriana, siempre quiso ser francesa. Pero no es París. No es en absoluto París. No hablan, las guías, de las miles y miles de tiendas, de las calles abigarradas, las carreteras urbanas llenas de coches, colectivos, taxis, remises, ambulancias, policía, todos tocando el claxon; ni del olor a verde de Saavedra y Belgrano o el olor a gasolina y asfalto del centro. Cenamos en el Café de los Angelitos y Marcos me regala un libro de repostería: "Nucha: historia, recetas y secretos de la mejor repostera argentina". Toda mi biblioteca de cocina argentina se la debo a él. En este libro se cita a Proust y Neruda. Hay tortas (aquí, tartas); tartas (aquí, tartas saladas) y otros platos, sobre todo dulces y Marcos quiere llevarme a tomar café. Aún no he probado ni el dulce de leche ni los alfajores ni nada.



El colectivo es un caos. No es un caos, ciertamente, porque hay infinidad de líneas y muchos autobuses que circulan a muy buena frecuencia (cada dos, cinco minutos, pasa uno), pero yo no sabría cuál coger ni cuál dejar. Son de colores, se mueven rápido y los escalones son altísimos: a más de uno hay que ayudarle a bajar y a subir.



El metro tiene varias líneas, cada cual con un tipo de vagón, todos ellos pintados invariablemente con grafittis. La B, por ejemplo, es de asientos corridos, blanditos y forrados de tela, a modo de vagón de diligencia. Los transportes son muy baratos y, como en todas las ciudades grandes, recomiendan vigilar las pertenencias. Yo no soy muy cuidadosa con eso, pero aquí todo el mundo parece pensar que Buenos Aires es muy insegura: no sé hasta qué punto es percepción o es realidad. El metro tiene la particularidad de que parece un pequeño mercado: ahora pasan vendiéndote una revista cultural, ahora pasan vendiéndote pañuelos de papel; ahora una niña de piel oscura y con la camiseta muy sucia pasa vendiéndote fundas de plástico para tarjetas por dos pesos y tú miras alrededor, a ver si la hija de la grandísima puta de la madre está cerca (probablemente, el padre se haya ido ya a otra provincia) para poder decirle que qué demonios está haciendo. Me da mucha rabia, es algo que siempre me ha dado muchísima rabia, me ponía enferma hace años cuando en Badajoz era común, me ponía enferma en Melilla cuando dejó de ser común en Badajoz pero comencé a ver a niños pidiendo limosna en cada terraza, y no solo en la feria, o hurgando en las basuras. Y me acuerdo de los niños de la India que me contó Begoña llena de rabia, que no se acercaban a los demás porque su sombra los podía contaminar y pienso que debería haber algo intocable -aquí sí: intocable- en un niño para que no creciera siendo un niño torcido, un adulto inestable.


lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad

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Lo he dicho muchas veces, que a mí la Navidad me gusta. Ni siquiera sé por qué, todos los años se lía alguna y hay ciertos ritos que yo abandonaría con gusto para instaurar otros. Pero me gusta. 


Ya no me importa hacer recuento.

Porque yo sé, porque lo sé y porque lo he sabido siempre, que tengo mucha suerte. Que no hay dolores tan gordos que no resistan una charla de media hora con Pupe. Que no hay pereza que me impida constatar que Raquel está cada día más guapa y más sabia y que no hay una nube que una sonrisa de María no pueda disipar. Que si ocurre algo grave, si me ocurre algo grave a mí, si le ocurre algo grave a él, Jordi llamará. Y estará Miguel. Que siempre habrá una comida con Ana en Madrid y tiendas de cómics con Gerardo, una frase certera de Begoña, un paseo y un par de porros con Nerea, un nuevo descubrimiento con Kois, una charla rápida con Joaqui y café y abrazos en casa de Maricarmen. Me podré recostar en el sofá de Charo una tarde de invierno, conectaré un chat y le comentaré a Marcos cualquier desarreglo y veré a Blanca cuando abandone el frío vienés. Me entusiasmaré con Belén, me reiré con Cristina, me iré a la terraza con Antonio, Nacho me enseñará sus libros, Miguel me besará en los labios cuando me vea en la redacción, tendré una habitación en Málaga con Raúl, hablaré hasta las tantas con Regina, y Cristina y yo nos seguiremos mandando cinco o diez correos al día llenos de fotos de pasteles. Volverá Noelia, como siempre vuelve. Y veré a Juli. Sonreiré mucho cuando lea a Nico. Carlos y yo desayunaremos el día de Nochebuena. Jandro y Mariana estarán siempre cerca y Miriam, que es su hija, me dirá que me quiere mucho y yo me emocionaré como la primera vez que me tomó la mano para bajar las escaleras cuando tenía dos años. Abrazaré a Ángel, aunque esté a ocho horas y a Jesús, aunque nos separe un mar. Y a Sira, a María y a Leo, a Julia, a Carmen, a Javi, a Antonio: ellos me construyen la Sevilla que amo y Sevilla sin ellos no sería la misma. La casa de Toni y Buby será un refugio. Y un día cualquiera, sin venir a cuento, volveré a pensar en lo que añoro a Quique y en las ganas que tengo de ir al Eslava con él y con Elena.

Y pensaré, como pienso ahora, que a pesar de los dolores que vengan y las traiciones y todo lo que ocurra, estarán ellos y estarán otros. Que siempre habrá una mano y ningún motivo para dudarlo. Que habrá nuevas aperturas, nuevos aciertos y nuevas equivocaciones y que la única constante de mi vida ha sido que, cuando he caído, siempre he caído en algo blando.

Porque yo no sobrevivo. Yo sigo viviendo mejor y más entera. Lo escribo por si algún día se me olvida.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Un bus turístico caótico

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1 de noviembre de 2012

Casa Rosada


Hoy nos subimos en el bus turístico. Lo lleva la empresa Buenos Aires Bus y ofrece un recorrido por algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad, así que uno se puede hacer una idea de la multitud de contrastes que alberga Buenos Aires. Nos saltamos tres paradas porque hay una manifestación de camioneros y, claro, luego ya la cinta que te va hablando por los auriculares se vuelve loca: entre otras cosas, a mí me habla simultáneamente en español con acento argentino -sospecho que no es argentino, que es lo que aquí llaman "neutro", pero que es sudamericano igual- y en portugués. A la izquierda no hay nada de lo que dice y a la derecha tampoco: los monumentos y lugares en cuestión están diez minutos atrás... o faltan cinco minutos para verlos. Delante de mí hay una alemana rubia cuyo codo o cuyo cabello sale en absolutamente todas mis fotos: no, no es tan fácil disparar desde un autobús tembloroso en movimiento. Adriana y yo nos reímos mucho y yo descubro, además, que en el piso de arriba hay que tener mucho cuidado con las ramas de los árboles. Doy fe.

Protestas en la Casa Rosada

La Boca

La Boca es una institución, pero es un barrio marginal. Una mujer sola avisa, en una calle desierta, con un megáfono y los rulos todavía en la cabeza, de que van a pedir, a las seis en punto, un plan decente de viviendas para la zona. Que acudan todos los vecinos a la manifestación. En Tribunales están acampados los jubilados. Enfrente de la Casa Rosada hay otro campamento. Y en el barrio de La Boca veo un cartel en una casa, ensalzando al héroe colectivo: el único héroe válido -dice- es el héroe colectivo.



Si alguien me lee pensando que recomiendo el trayecto en bus, no, aunque sí sirve para tener una cierta panorámica (que a mí me ofrecen mucho mejor los colectivos, los autobuses urbanos). Pero recomiendo las visitas guiadas gratuitas que organiza la ciudad de Buenos Aires y que comienzan en la Iglesia Redonda de Belgrano. Una mujer de las que iba en el grupo ayer me dice, a mí que soy extranjera, que es un barrio muy lindo: "Acá tenés de todo: hay bancos..." "¿Y supermercados?" "Sí, creo que también, claro". Adriana se escandaliza: "¡Lo primero que nombró fueron los bancos!". Claro que el resto de su frase es aún más aterradora: "No hace falta salir del barrio". Ayer, o anteayer -ah, no: ayer, fue ayer- hablaba del miedo a mezclarse con Nico y él me contaba de la deuda moral con Paraguay, cuando Argentina la arrasó y ya no se pudo recuperar más.



Viendo este pedazo de Buenos Aires en el bus pienso que me recuerda, ciertamente, a Nueva York (hay una réplica de la Estatua de la Libertad, hay una réplica del Chrysler) y a un zoco árabe. Pero, también, el olor del río, las casas decadentes, la humedad en las paredes, me conduce, en la memoria, miles de kilómetros al este, a un lugar en el que siempre me pierdo y me reencuentro: Lisboa.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Una lágrima en jarrito

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Cómics en el Ateneo Grand Splendid

Café. Una lágrima en jarrito: leche manchada en taza más o menos grande. Los nombres de los cafés, en cada país, es lo primero que aprendemos los adictos. Un cortado, aquí, es un café con leche en taza pequeña. El café con leche te lo ponen en taza de desayuno: parece una piscina. O una pileta. Buscamos el bus turístico, pero casi finaliza el recorrido y nos vamos a ver la feria del libro antiguo, que no encontramos porque en el cartel está mal la dirección. Adri me propone tomar café en el Ateneo Grand Splendid, que The Guardian eligió como una de las librerías más bellas del mundo. Por el camino, una mujer pasa rápido y nos pide paso.







Esa es la primera imagen que tengo de Anita, con quien nos vamos a Chile. Con los amigos de los amigos me ocurre siempre lo mismo: no hay miedos nunca (y a mí, la gente, en general, lo he contado muchas veces, me da miedo: otra cosa es que no se me note, porque no se me nota, nunca se me nota) y además luego descubriré que esa mujer me gusta, y me gusta mucho. Hacemos fotos, vemos títulos de libros, observamos los cuadros de las paredes. El Ateneo Grand Splendid es una maravilla. Aquí hubo un teatro y hubo una radio. De hecho, la cafetería está en el escenario del teatro. Es redonda, luminosa y, casi, decadente. Pero le faltan libros.





Eso dice Adriana, luego, en casa, delante de un mate. Que le faltan libros. Y sí: hay estanterías y estanterías, pero no deja de ser parte de una cadena y ese concepto de librería de primeros títulos, con solo lo justo que ha de haber en determinadas secciones (en la de Argentina, mucho libro de foto en inglés, por ejemplo; en la de historia, los últimos bombazos polémicos; en la de música, el tango eterno) a mí me repele. Es uno de esos sitios en los que yo estoy muy cómoda tomando café (hablamos mucho durante el café: de que tenemos que cambiar pesos chilenos, de las dificultades para acceder a moneda extranjera; de la familia, de los amigos, de nosotras) y estaría muy cómoda escribiendo, pero en los que no me gusta curiosear. Quizá tenga que ver que lo primero que se encuentre uno al entrar sean no sé cuántas estanterías con la trilogía de Cincuenta sombras de Grey.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Museo Larreta

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Museo Larreta

Entramos también en el Museo de Enrique Larreta, un escritor que tenía una quinta y se hizo de unos jardines hispanomozárabes inspirados en el Generalife. Nos atiende Esteban, que nos hace un recorrido por las diferentes etapas del arte (Renacimiento, manierismo...) y lo mismo te nombra a Orson Welles que a Lévi-Strauss.

Jardín del Museo Larreta

 El jardín es una maravilla: se plantaban los setos y luego se lanzaban las semillas hacia atrás para que la naturaleza siguiera su curso caótico dentro del orden que suponía esa barrera. Y es un laberinto. En el centro hay una fuente de mármol de Carrara que en invierno se llena de flores de camelia: caen al suelo, realmente, pero los visitantes del museo, en su mayoría escolares, las recogen y las depositan en la fuente.

Escultura de Pablo Larreta


También hay una escultura de Pablo Larreta, nieto del escritor y pionero en el arte de disponer esculturas en los jardines, al aire libre. Esteban nos recuerda la importancia de que los museos reciban visitas: si no reciben visitas, no existen. Y nos cuenta que uno de esos árboles inmensos tiene 120 años (el museo celebra su quincuagésimo cumpleaños estos días) y no es un árbol. No tiene madera. Es un arbusto. De la pampa. El ombú. No hay muebles de madera de ombú: si alguien te ofrece uno, te está engañando.

Ombú. No, no es un árbol.

En esta casa grande, adonde iban las señoras de buena familia embarazadas ilegítimamente a esconderse y a dar a luz, se desarrolla La gloria de don Ramiro, una novela histórica que nos cuenta la historia de un hombre debatido entre dos amores, una cristiana y una mora, con todas sus implicaciones sociales de por medio porque al final se descubre que él no es cristiano viejo. Hay cosas que no han mutado demasiado, en según qué estrato.

Escritorio de Enrique Larreta

Esteban sigue hablando: las casas cambian, dice. Las casas cambian y celebran, así que se nos ocurrió traer a Goya: hay una exposición de sus grabados: la mayoría los he visto ya: otros no. Aprendo, además, que un retablo es un retrotablo, detrás de la tabla, detrás del altar. El de Larreta está dedicado a Santa Ana. Es el único retablo completo de principios del siglo XVI que se conserva en América del Sur:

-Si descubren que no es cierto, por favor, mándenme un e-mail.

Retablo de Santa Ana
Y una flor, del jardín, de regalo

lunes, 17 de diciembre de 2012

Manuel Belgrano

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Manuel Belgrano era militar. Un militar mujeriego que murió muy pobre -su lápida la hicieron con una mesa de mármol de su casa porque no tenía plata: todo lo donaba para construir escuelas, porque era un firme defensor de la educación en todas las clases sociales-. En su plaza, que es grande, hay un ceibo, con flores rojas: es la flor nacional argentina.

Ceibo

 Es curiosa, la historia de este señor. Estudió Derecho en Salamanca y Valladolid y fue el primer presidente de la Academia de Práctica Forense y Economía Política: como era listo, y prestigioso, el Papa Pío VI le dejó leer toda clase de literatura prohibida, excepto los libros obscenos: no le hicieron mucha falta porque su vida amorosa fue un tanto peculiar. De hecho, cuando Viviana comienza a contárnosla, yo daba por hecho que el señor era gay.

Estatua de Manuel Belgrano

Para ser militar, era avanzado (aunque, no lo olvidemos, era militar... a su pesar, más bien, según dijo él mismo -que quería un vestido que ponerse más que tener conocimientos en la carrera. Escribió una vez: "Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres y que la justicia es solo para los ricos"). Fundó la Escuela de Náutica, la Academia de Geometría y Dibujo, impulsó la Escuela de Comercio y la de Arquitectura y Perspectiva y colaboró para que se publicara el Telégrafo Mercantil, que fue el primer periódico de Buenos Aires. Creó la bandera argentina, que le mandaron destruir porque le obligaron a declarar la soberanía del rey de España. No lo hizo. Luchó en varias campañas. En muchas. Y tuvo una vida sentimental fogosa. Se lió con María Josefa Ezcurra, que estaba casada; luego con María Dolores Helguero y Liendo, a la que prometió en matrimonio antes de que ella fuera entregada a otro hombre (y, por supuesto, la preñó, ya casada); se acostó con una francesa aventurera y provocativa y fue dejando hijos acá y acullá.

Las tres gracias. No: Belgrano no se lió con ellas. Que se sepa.

Escuchar ciertos relatos me hace darme cuenta de lo poquísimo que sé de historia.

sábado, 15 de diciembre de 2012

La Redonda

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Vamos a Belgrano. En Belgrano había una calera, de donde se extraía la cal y una pulpería, pintada con cal también, que llegaba a San Isidro y donde paraban los trabajadores. Las pulperías eran establecimientos pequeños donde se vendían sobre todo bebidas, pero también algún trozo de pan y queso con el que seguir los viajes. No tiene nada que ver con los pulpos, pero no descubrimos de dónde le viene el nombre. Alrededor del horno de cal se fueron asentando, poco a poco, quienes estaban contratados allí (aunque realmente no sé si había contratos) y fueron llevando a sus animales. En 1855 se creó el pueblo de Belgrano que, al año siguiente, era tan grande que se convirtió en partido. En 1880 fue la sede del poder ejecutivo y siete años después se integró en Buenos Aires. Algunos años antes, en 1865, bajo la advocación de la Inmaculada, comenzó a construirse una de las iglesias más peculiares de la capital de la Argentina: la Iglesia Redonda, ideada por Nicolás y José Canales.





No es que yo me haya documentado mucho. Todo esto lo descubrimos en una visita guiada, gratuita, por el barrio, gracias a Viviana, que nos habla de escritores (lee a Mújica Laínez, lee a Ernesto Sábato) y, sobre todo, de historia. La Redonda tiene, claro está, una planta circular. Es neorrománica, con una cúpula de 20 metros de diámetro y 16 columnas, muy bonita. Si salen bien las fotos que hice a pulso, deberían construirme un monumento.




jueves, 13 de diciembre de 2012

Los grafittis de Saavedra

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31 de octubre de 2012.

Argentinizándose

El barrio de Saavedra está lleno de grafittis y Adriana y yo hacemos una ruta. Los firman: añaden página web y Flickr. Hay plazas defendidas por los vecinos. Una plaza es una manzana verde con césped -es decir, pasto: no, a veces no hablamos del todo el mismo idioma- y árboles. Un parquecito, diríamos aquí. Hay un paseo verde en el que los jóvenes entrenan y por el que nosotras paseamos viendo pintadas y más pintadas, muy imaginativas. Es un barrio tranquilo, dice. Tranquilo significa que no hay el bullicio del centro, porque a mí, que vengo de una ciudad de 50.000 habitantes y de un barrio en el que a menudo no hay más de diez personas por la calle, esta profusión de vida en la calle, coches, gente, gente, gente, pequeños comercios, parques y bares, me parece propia de un barrio vital. Aquí, aprendo después, un barrio tranquilo es un barrio en el que puedes caminar por las calles sin que te arrollen.




Y en esas calles hay carteles luminosos, comercios, pastelerías (si uno quiere llorar de emoción, que mire el escaparate de una pastelería cualquiera de Buenos Aires), museos, tiendas de ropa, tiendas de menaje, perfumerías, supermercados (Carrefour y ¡Día!), colores inabarcables. Una mezcla entre Nueva York, Lisboa, el Kensington Market y un zoco árabe. Es, creo, la ciudad más voluptuosa en la que he estado nunca.


martes, 11 de diciembre de 2012

X

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Si vuelvo a ir, tú no estarás.
Y el lugar ya no será el mismo.
Porque no me prepararás el desayuno, ni te diré que el café americano es una mierda (porque no te lo he hecho yo), ni vendrás a verme al jardín para decirme que lo cuidas, que lo sigues cuidando, que no tienes ni idea pero que a todo se aprende y que nada es difícil ni te sentarás en mi mesa para contarme.


Si vuelvo a ir, tú no estarás.
Y te echaré de menos. Y brindaré por ti.

Me pasé veinte días, de hace dos años, diciéndote que te fueras. Vete. Vete de aquí. Vete ya.
Hoy me han contado que no esperaste al huracán.
Y no sé qué tal estarás, ni qué habrás encontrado después de diez años. Habrá tiempo para reconocer a los hijos. Y a ella, también habrá tiempo para ella. Para reconocerse.

No sé por qué, tengo la impresión de que todo será menos duro en casa. Dentro de un tiempo.

Perón

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31 de octubre de 2012.

Hablamos de Perón. Le cuento a Nico mi idea de Evita: mujer pija ("acá pija es otra cosa"), burguesa, entonces, está bien, querida por el pueblo no sabemos por qué o yo no me lo explico ("sueñan las pulgas con comprarse un perro"). Nico tiene 33. Perón murió antes de que él naciera y le revienta que haya peronistas acérrimos entre los más jóvenes, que ni le conocieron: ¡que estamos ensalzando a un milico y a una niña rica! Y, sí: impulsó avances sociales impensables antes: extendió el régimen de jubilaciones, se firmaron convenios colectivos, se crearon escuelas técnicas y los obreros comenzaron a pensar que podían prosperar con su trabajo... y no matarse trabajando. Así que fue muy querido y, de esa querencia se aprovechan los partidos políticos, que, me cuentan, no es que hayan asumido el ideario: se apropian del nombre, o de la corriente, y ya está. Me cuenta de la indolencia (recuerdo a Susanita, en una viñeta de Quino: "en este país nadie quiere trabajar"), de las generaciones perdidas y yo le hablo de España, de esas generaciones de albañiles y encofradores que dejaban los estudios para construir casas auspiciadas por la Ley del Suelo que firmó Aznar. Me pregunta sobre los vascos, Cataluña, las independencias. Le cuento. Mi versión, mi idea, sí, sesgada ideológicamente, cosa que asumo y le digo. Porque yo siempre digo de qué pie cojeo. Y, aunque no lo dijera, se me nota. Comparamos modos de vida: al fin y al cabo, tenemos más o menos la misma edad. Porque una camina por Buenos Aires, coge el colectivo, coge el metro (bueno, aquí no se puede coger nada) y siente un cierto poso de extrañeza, pero nada es extraño realmente. Ni la fisonomía, ni los modos, ni la manera de relacionarse, ni el ocio, ni nada.

Graffiti en el barrio de Saavedra


Pero aquí las paredes hablan.
En España no.
Pared que no habla, pueblo callado.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Llegar

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El camino del aeropuerto de Ezeiza a Saavedra nos muestra zonas inundadas por el temporal de anteayer. Parecen laguitos. Para los patos, dice Nico, que fuma un cigarrillo electrónico que me deja probar y que me pide un cigarro de los de verdad. Me va enseñando Buenos Aires. Esto es Buenos Aires, esto no es Buenos Aires, las casitas bajas del otro lado de la autopista ya no son Buenos Aires, allá está el Mercado Central, donde vienen todas las madrugadas los minoristas a comprar las verduras, pero puede ir cualquiera. Varios de los aparcamientos del aeropuerto están vacíos. "Una de las cosas que no me gustan de... mi país -lo dice sonriendo, irónico del todo, como un outsider- es que todo está preparado, pero nada funciona". Va hablando más, supongo que necesita un tiempo de adaptación. El alcalde, aprendo, aquí se llama intendente. Gobierna un tal Macri y hace mucho, en casi cada sitio en el que paraba el tren, surgió un barrio. Y la gente usa el agua de la red de abastecimiento para limpiar hasta sus coches: "Aquí verás que nos sobra el agua", masculla, y me da una vuelta por su barrio preferido de Buenos Aires, que es Belgrano, y aprendo que mi visión de Buenos Aires -la Casa Rosada, Caminito, el Obelisco, la Boca- no es la que es real porque la Buenos Aires que se me ofrece es la Buenos Aires parecida al Kensington Market de Toronto: edificios bajos, multitud de tiendas, miles de personas en las calles, en los parques, paseando a los perros, practicando kick boxing, bebiendo mate al sol, dibujando, haciendo artesanías para vender, colocando escaparates, tomando café en los bares, yendo a trabajar en el colectivo a las siete de la mañana.

Sí, la foto es una porquería, pero la que yo pensaba que estaba bonita del mate... ¡está completamente borrosa!

Llegamos a casa. Preparamos el mate, que se bebe hasta que la yerba suena, todos de la misma bombilla (me pregunto qué haría alguien estúpidamente escrupuloso en estos casos) y luego se le da al cebador (es Nico quien ceba mi primer mate) para que lo complete con agua, al lado de la bombilla, para no lavarlo. Es calentito y amargo y el último sorbo sabe asombrosamente fuerte. Pero me gusta. La charla, mucho más.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Llueve

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Le dejé hacer, a ese tipo, cosas que no le había dejado hacer a nadie. Confianza, se llama. O estupidez. Da igual.
Luego, un tiempo después, durante mucho tiempo después, me volví una criatura asustada y cobarde. Me volví también otras cosas, pero no las voy a contar.

En Argentina descubrí a alguien que reacciona igual que yo. Nunca me he sentido tan aliviada.
Nadie tiene la culpa de mi inseguridad, pero que no me la potencie.

Llueve un poco, hoy.
Dentro también.
He dicho adiós en diciembre.


Y me da una pena tremenda.

Adri y Nico

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31 de octubre de 2012.

Escribo por la noche en la misma mesa de la cocina, con hule de flores, un hule azul lleno de margaritas, en la que me tomé mi primer mate. Amargo. Compartido. Como un ritual. Con Adriana y con Nico, que es su sobrino y es editor de vídeo. Es asombrosamente guapo, ese muchacho: un piercing en la ceja, unos ojos marrones grandísimos y expresivos, una boca perfecta. Es lo primero que veo. Luego descubriré que tiene, también, ese carácter irónico que a mí tanto me gusta. Nico acaba de salir de trabajar. Trabaja de noche y viene a buscarme al aeropuerto. Adri y yo le esperamos tomando un café con leche y mediaslunas de grasa, que son saladas, de masa parecida al hojaldre, crujientes por fuera, muy crujientes. Al principio, no habla. Nada. Me da un beso (aquí -acá- se saludan con un beso, hombres y mujeres; no con dos) y se sienta. Se frota los ojos. Yo le miro: me recuerda a mi primer encuentro con Kois, cuando acabé preguntándole a Nerea si es que su novio era tímido o es que yo le caía mal. Hace unos minutos, veinte, quizá más, me he encontrado con Adriana. Nos abrazamos como si lleváramos mucho tiempo sin vernos. Porque en realidad llevamos mucho tiempo sin vernos, en realidad no nos hemos visto nunca, pero yo ya sabía cómo era Nico, ya sabía cómo era ella. Ni recuerdo el tiempo que hace que nos conocimos. Diez años, doce, catorce. Ni idea. Da lo mismo, fue hace mucho. Cada vez que me surge alguna duda sobre si hacer o no hacer algo, cada vez que le surge a alguien, me acuerdo de un debate que mantuvimos sobre la paternidad. A los niños se les traumatiza, hagas lo que hagas, no quiero tenerlos, sostenía yo. Y solo respondió con una pregunta: ¿Perfección o nada?

Cafe y mediaslunas
Esa pregunta sabia me la he vuelto a hacer muchas veces desde entonces. Es uno de mis mantras, como alguna frase de Lobezno (he estado peor. Estaré mejor) o algún proverbio chino.

El cielo está encapotado, pero luego desaparecerán todas las nubes. En Buenos Aires amanece temprano, muy temprano. Aquí es primavera.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Avión

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31 de octubre de 2012.

El menú ovo-lacto-vegetariano en Aerolíneas Argentinas es vegano. En vez de mantequilla te ponen margarina. No te dan pan, sino crackers. La ensalada es distinta. No hay bizcochito, sino fruta, de postre: piña y melón. Arroz con verduras a la brasa (y tres tiras de pimiento, que aparto convenientemente). El viaje es largo y un coñazo. Doce horas en un avión minúsculo (es asombrosamente grande, pero la clase turista parece un autobús) en el que he dormido hasta que se me ha entumecido el cuello y se me han hinchado las piernas. El desayuno omnívoro es un croissant con mantequilla y mermelada. A mí me ponen una ensalada (con tres clases de pimiento, juas) y fruta. Es más ligero, sí, pero es la primera vez en mi vida que, a las siete de la mañana hora española, como canónigos, lechuga, tomate y pepino.

Filete porteño. Argentina. Foto mía, como todas las que pondré.

Falta poco más de media hora para aterrizar. Llegué al aeropuerto a la una y pico y, en la cola del check-in conocí a dos chicas, una de Santa Cruz, Virginia, asombrosamente guapa, y una profesora jubilada, Liliana, que ha venido a España a ver a su hija y que nos cuenta su historia familiar, con un hijo adicto y un nieto del que se ha ocupado porque su padre y su madre -"la madre es una casquivana"- no pudieron, o no quisieron, hace once años. Virginia tenía un novio en Santa Cruz, se asfixiaba en esa ciudad llana y, cuando cogió un avión para visitar a su hermano en Elche, nunca utilizó el billete de vuelta. Yo conocí a Adriana hace más de una década y nos vamos a recorrer Argentina de norte a sur. Tan de norte a sur que no sé ya ni cuándo hacemos qué o por qué demonios recalamos en San Carlos de Bariloche. Claro que yo ahora me metería en una cama o en un jacuzzi...

Ya estamos bajando. Mi reloj marca las 8:05 de la mañana, pero aquí son las cuatro de la madrugada. Salgo de noche y llego de noche. Hemos ido persiguiendo la oscuridad.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Madrid y varios cómics

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30 de octubre de 2012.

Un avión significa Madrid. Y Madrid es Nerea. Madrid es Kois y es Begoña y es Gerardo. Nerea se va a Florencia, tres meses. Begoña acaba de regresar de un viaje por la India y Estambul en el que ha visto cada vez más mujeres con velo. Gerardo y yo hablamos de amores y de cómics. De Building Stories, de Ware. No lo he leído, no he leído nada de Ware. Con Ware me pasa como con Shakespeare: me da miedo no entenderlo. Pero hablar con Gerardo me hace tener ganas. Él no ha acabado aún Building Stories, que es una especie de Rayuela menos dirigido. El concepto, supongo, es claro: la vida no es lineal, ninguna vida es lineal. Pero Gerardo no sabe, o no ha descubierto, por qué Ware ha elegido contar lo que ha contado en un formato o en otro, que es lo que yo quiero analizar porque a mí me atraen las elecciones: por qué uno decide una forma de narrar y no otra. Cuál es el proceso que siguen las ideas. Cuáles son las diferentes maneras de mirar el mundo, o de leerlo. Pienso mucho ahora en unas palabras que le leí, de una entrevista que le hizo Pepo Pérez: decía que la razón por la que el tiempo se nos pasaba tan rápido ahora era porque, cuando somos niños, vemos el mundo en lugar de leerlo. Dibujar es, quizá, su manera de luchar contra el tiempo. Pero, desde luego, esa manera de observar lo desconocido por primera vez, sin miedos, viene cuando comenzamos a crecer.

Building Stories, de Chris Ware


Recuerdo a Erik, con sus ojos grandes, siempre con muecas de asombro, un círculo perpetuo por boca, mirando, sin leer. Y sé que crecerá escuchando a Beethoven, a Alfredo Kraus y unas pocas gaitas (la primera canción que le canté fue en gallego, A Carolina); que sabrá quiénes son Superman y Batman, quién es Lobezno y quién es Alan Moore y quién es Fontdevila. Y un día, quizá, le cuente que, pensando en Ware, me acordé de él.


Aprendí a leer a los dos años y medio. Leo, e interpreto, el mundo desde entonces. Sé que todo es texto y que todo se lee y que hay formas y formas de leer y sé que posiblemente Ware sea un genio capaz de absorberlo todo, pero me pregunto qué le hizo querer mirar también. Y si es posible, al final, mirar sin leer.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El año que viví dos primaveras

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30 de octubre de 2012

Nunca sé cómo empezar el relato de un viaje. Yo iba a irme a París, cuando Adriana, que en realidad no es Adriana del todo, sino que tiene nick, porque la conocí en internet hace mucho, mucho tiempo, unos doce años, me envió un correo: "Siempre te estoy esperando por Buenos Aires... solo tenés que subirte al avión y ya". Y ahora estoy en ese avión. Escuchando a Amy Winehouse, a Sinatra, a Calamaro, a Yupanqui preguntándose a qué le llaman distancia ("solo están lejos las cosas que no sabemos mirar").

House on McGill


Las distancias, ya lo sé, no se me han dado bien nunca. Ni las distancias ni las despedidas. Supongo que cada viaje que hago se queda dentro, de todos modos. De Toronto recuerdo la primera mañana en el banco de House on McGill, en pijama en medio de la calle, con la cámara y una taza de café. Canadá no lo escribí. Nueva York sí y fue más importante, por muchas razones. Se escribe para vivir, al fin. Yo escribo para vivir. Y lo que leo de mí me saca de mí misma, me hace verme de otra manera y, al final, vuelve a transportarme.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo

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Estoy en Buenos Aires. La única noticia que me llega de mi país (yo siempre me entero de las cosas importantes) es que ha muerto Agustín García Calvo. Ese señor tradujo, para mí, quiero pensar, los sonetos de Shakespeare de la mejor manera en que jamás nadie los ha traducido. En mi época de Facultad fue un referente: un referente moral, un referente ético, un referente vital, un referente literario, de los que surgían en las charlas con amigos. Nunca le entrevisté: siempre me produjo muchísimo respeto: me da miedo entrevistar a la gente a la que admiro.

Imagen de Virutas


Le voy a echar de menos.

jueves, 25 de octubre de 2012

Cuando te vas del Daily Planet

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Se están yendo muchos. Yo sé de periodismo. Es decir, sé del afán por contar las cosas tal y como son: las cosas del exiguo mundo que manejamos, lo que nos llega. Sé de buscar palabras, para que las palabras digan lo que han de decir y ninguna otra cosa más. Sé de las incoherencias de este oficio, sé que este oficio es orgásmico, sé que yo no sería quien soy sin él y sé, además, que es una de las dos profesiones que podría ejercer sin tener ganas de pegarme un tiro.

Y sí: podría hablar de parcialidades y de editores y de la capacidad performativa del lenguaje y de cómo los medios construyen el mundo y hasta de la agenda y del discurso del poder y de la publicidad y de las grandes corporaciones y de cómo, hace mucho tiempo, fundar un periódico costaba dos duros. Esas cosas ya las sé. También sé que el 90 por ciento de la gente que habla de manipulación asimila la manipulación con la línea editorial (lo repetiremos, para torpes: si uno se da cuenta de que le están manipulando, no le están manipulando) y que ese mismo 90 por ciento es capaz de creerse la información que hay en una cadena de e-mails pero no una noticia del periódico de mayor tirada de su país o las imágenes que ve en televisión.

Si no fotografío esto, la gente como mi madre pensará que la guerra es lo que sale en televisión.
Kenneth Jarecke. Fotoperiodista.


Podría hablar de todo eso. Podría hablar también de que no, de que no cualquiera es periodista. Yo, de hecho, después de más de diez años de profesión, estoy verde como una vara verde y a veces estoy verde en mi misma área, que es cultura. Podría decir, y lo voy a decir, que sin periodismo y sin periodistas estaríamos todos jodidos. Porque lo que llega es poco, pero llega. Y llega porque otros lo cuentan, lo graban y lo fotografían.

Hay quien no se doblega y los matan.

Y hay quien se va.

Esta columna salió ayer en El Mundo. Y es imprescindible.

Personajes en limpio
por Manuel Jabois

OPINIÓN | Personajes en limpio
Cuando te vas del 'Daily Planet'
El periodista Clark Kent convertido en Superman.
El periodista Clark Kent convertido en Superman.

















Un día que andaba yo corriendo por el periódico, el subdirector me cogió del brazo y me dijo: “Qué te parece hacer una columna semanal”. Dije que me parecía bien, y escribí una columna, la primera de mi vida, sobre las prostitutas que se amontonaban en Reina Victoria. Se me censuró, claro, porque salía la palabra puta en cada línea. Fue como si en casa me hubiesen prohibido decir puta hasta tener audiencia: “ese lenguaje, cuando escribas en un periódico”. Exploté ante el folio, y al recibir la dirección mi artículo se quedó pálida, como si detrás de aquella fachada pública mía de cronista de plenos se agazapase un obseso sexual, que también.
Mi primera columna no salió. La segunda la titulé Pontevedra 501, pero el editor pensó que me refería al nombre genérico que llevaría el artículo y dejó salir la maqueta con el cajetín del título en blanco. Empezaba a pensar que me estaban tomando el pelo, y que todo era una maniobra antes de enviarme a corregir esquelas, cuando salió la tercera columna publicada sin ningún error, más allá de que yo no supiese escribir.
Necesité tres semanas para publicar mi primer artículo, y creo que necesitaría tres meses para escribir el último, en esa despedida pesada que practicó un colega de Local durante dos años “hasta que me salga uno bien”, y no hubo manera de que cogiese el finiquito. Por eso me sorprende la facilidad y la emoción contenida con que muchas firmas se han despedido de sus periódicos, con lo mucho que cuesta irse de la fiesta. Lo acaba de hacer Enric González saliendo de El País con una explicación en Jot Down (“He escrito estas líneas con vergüenza.Que yo deje un empleo carece de interés”) y lo hizo seis años atrás Arcadi Espada: “El periodismo se parece a la vida: no hay sentido, pero cualquier palabra tiene padre y madre. En realidad, ése es el sentido”.
Yo creo que marcharse de un medio de comunicación es como marcharse de una familia, por eso se necesita un talento especial para no acabar insultando a nadie en medio de la cena. “Estoy harto de tus jefes y de ti”, escribió Pérez Reverte en carta dirigida a Ramon Colom, director de RTVE. “Así que puedes tomar esta afirmación como motivo para abrir otro expediente más serio, por desacato, en lugar de esa estúpida parodia. Te regalo, como ves, veintiún años de antigüedad en el Estado (12 en PUEBLO y 9 en TVE) a cambio de mi dignidad y mi vergüenza, palabras cuyo sentido te hago el honor de imaginar que conoces. Que os den morcilla, Ramón. A ti y a Jordi García Candau”.
Javier Ortiz soportó la rara concepción que tenían muchos de sus lectores de la prensa libre: “¡Pero qué hace un tipo como tú escribiendo en El Mundo!”, como si un periódico tuviese que ser por defecto un rebaño: “Muchos de mis amigos y amigas no entienden que tomar esta decisión me haya costado Dios y ayuda. No se dan cuenta de la tupida red de lazos afectivos que uno puede establecer con un periódico para el que ha escrito durante 18 años”. 44 estuvo Bob Ryan en el Boston Globe hasta despedirse el pasado agosto. Su testimonio es prueba no del cambio de paradigma que dice Juan Luis Cebrián sino de falla tectónica: “Muchas de las personas con las que trabajé y admiraba habían nacido entre 1900 y 1920 (…) Dos de ellos nunca aprendieron a conducir un coche (…) Casi todo el mundo fumaba, y un porcentaje alarmante de periodistas deportivos eran alcohólicos reformados o funcionales”.
Ese periodismo nocherniego de alcohólicos y divorciados también ha ido desapareciendo poco a poco, por eso las despedidas no tienen aire a testamento, como Umbral dictando en su lecho de muerte 'Las uvas agraces'. No hay dinero para bodas ni para botellas, y el riesgo de viajar a una guerra con mochila ha sido sustituido por esquivar whatsapps de un concejal entendido en subtítulos. A veces viene alguien más joven a preguntarme por alguna hazaña de los buenos tiempos, cuando se trabajaba cobrando, y siempre cuento que una vez estaba escribiendo un reportaje, me miré de reojo en un espejo y me vi con unos pantalones dockers y una camisa por dentro. Pensé que aquello no era un periodista ni era nada, así que me levanté inmediatamente, salí a la calle a ponerme un piercing y volví para acabar el reportaje, que fue un reportaje de mierda, y yo me quedé como un gilipollas con un clavo en la ceja diez años. Ni siquiera me lo pagó el periódico.
Joan Perucho escribió en julio de 2003 este artículo. “Todo pasa en el tiempo y mi vida pasa también. En ella oigo los pájaros cantar sobre mi cabeza y las alondras volar alrededor de mí. Estoy cansado y enfermo y, por lo tanto, me es imposible continuar con mis tareas; o sea, seguir mis colaboraciones desde siempre con La Vanguardia (…) Estoy tendido en mi sofá ante el retazo que mi madre recortó cuando venía del frente, de La Vanguardia: Oración por los caídos, y con mi gata Luna sobre mi regazo, esperando mis caricias. Me estoy adormeciendo junto a mis queridos libros, recordando a mis amigos los lectores”. Murió tres meses después.
Quedan muchos actos heroicos y se recuperarán otros con el tiempo, pero mientras tanto nos entretenemos despidiéndonos –miles del oficio, algunos de los periódicos- mirando a los lados para tomar nota cuando toque. Así Indro Montanelli, todo dignidad, yéndose de Il Giornale: “Este es el último artículo que aparece con mi firma en el periódico que fundé y que he dirigido durante veinte años. Durante veinte años este ha sido -y mis compañeros de trabajo pueden testimoniarlo- mi pasión, mi orgullo, mi tormento, mi vida. Pero lo que siento a la hora de dejarlo es sólo asunto mío: los tonos patéticos no van conmigo y nada me resulta tan insoportable como el lloriqueo”. Dijo, un 14 de enero de 1994, haberlo resistido todo, salvo una cosa: “la promesa a la redacción, a mi redacción, de conspicuos beneficios si se adaptaba a sus gustos y deseos, es decir, si se rebelaba contra los míos. Llegados a este punto no tenía más que una opción. O resignarme a ser el altavoz de Berlusconi. O irme”.
Antes citaba a Cebrián, que se despidió de El País como director hace 24 años: “A su lado [se refiere a Jesús de Polanco] he aprendido el humanismo que encierra el mundo de la empresa y de la economía, algo demasiado desconocido para los españoles, castigados durante décadas por el capitalismo feudal y agrario, víctimas hoy del éxito de los especuladores financieros, y huérfanos del espíritu saintsimoniano que ha facilitado el desarrollo industrial y tecnológico de tantos países”. “Me voy”, dijo el ex director de El País, “pero me quedo”.
“Comencemos este último artículo robando, que es lo que mejor sabe hacer todo articulista que se precie: ‘Si muero, dejad el balcón abierto”, escribió Antonio Avendaño para despedirse de Público, donde además de Lorca recordó a Dylan y su pregunta de quién mató a Norma Jean: “Yo, dijo la ciudad”. Algo que no sé por qué me evoca al niño de la canción de Los Enemigos que se suicidó dejando una nota: “Id a por el pan, que yo no voy a ir”.
“Desde la fundación de este periódico, en 1917, escribo en él y en España sólo en él he escrito. Sus páginas han soportado casi entera mi obra. Ahora es preciso peregrinar en busca de otro hogar intelectual. Ya se encontrará. ¡Adiós, lectores míos!”, se despidió Ortega y Gasset de El Sol. Años después Indalecio Prieto también paró de escribir en Informaciones. No se le puede reprochar que no tuviese una buena excusa. Ni bronca con los propietarios, ni divergencias ideológicas, ni presiones del Gobierno ni una oferta de la competencia. Todo lo más, una Guerra Civil y un Ministerio: “Yo hubiera querido contribuir antes desde el Gobierno con mi esfuerzo a evitar la insurrección. El juego de la política frustró entonces el intento, porque encontré cerrado el paso. Hoy, en horas dificílisimas, se me llama para sofocar la sublevación. Acudo al llamamiento sin titubear y voy donde se me ordena”.
Hogar intelectual, dijo Ortega. Lo dejó Anson, que tanto había contribuido a formarlo en Abc (“Al volver la vista atrás (…) se me enreda la tristeza en los puntos de la pluma antes de firmar mi artículo de adiós”). Y lo dejó en 1977 Jean D’Ormesson, que dirigía Le Figaro, por diferencias con el propietario. Serge July, cofundador del 'Liberation' con Sartre, abandonó el periódico obligado por el accionista mayoritario, Eduoard de Rotschild. “En esta situación ‘revolucionaria’ hay que tomar cien iniciativas al mismo tiempo. Pero, por falta de medios suficientes, no se toman. Y en las revoluciones, más que en otros momentos, el tiempo perdido no sólo no se recupera sino que se convierte en un elemento violentamente hostil”.
Por diferencias con su país, directamente, lo dejó Paul C. Robertson, editor del Wall Street Journal que se largó del oficio: “Los medios de comunicación americanos no sirven a la verdad. Sirven al gobierno y los grupos de interés que respaldan al gobierno (…) Cuando la pluma es censurada y puede que sea extinguida, me retiro”. A Antonio Fontán también le cerró el diario Madrid su país, concretamente su dictadura: “Colaborador de la tercera página desde aquel mismo septiembre y director del diario desde abril de 1967, he sido testigo y actor de este generoso empeño. Las principales vicisitudes y dificultades de estos años son de todos conocidas. De nuestros aciertos y de nuestros errores no soy yo el llamado a opinar (…) La historia de este capitulo de la vida periodística española contemporánea se escribirá en su día”.
“Una columna, en el mejor de los casos”, dijo Eduardo Mendoza en su adiós de El País, “ha de ser un impreciso sismógrafo, algo así como la previsión del tiempo: igual de falible y de científica, porque se elabora a base de mirar las nubes y ver por dónde sopla el viento. No en vano ocupa el último espacio del diario para los que lo leemos de delante a atrás”. Dijo adiós con orgullo: no falló ningún lunes y nunca utilizó el fútbol como metáfora de la vida.
“Es conveniente que las despedidas siempre sean breves. No es esto un aria de ópera para poner ahora un interminable adio, adio. Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo”, dijo Saramago a los lectores de su blog. Pero TS Eliot, que era poeta, escribió en prosa una larguísima despedida de su revista literaria 'The Criterion', condenada sin él al cierre: “No serán los grandes órganos de opinión, o las viejas revistas; serán los periódicos pequeños y remotos, que apenas son leídos por nadie salvo sus propios colaboradores, los que mantendrán vivo el pensamiento crítico, y darán estímulo a los escritores de verdadero talento”.
Borja Hermoso se fue de EL MUNDO: “He pasado aquí años y sensaciones que no puedo definir porque, sólo de pensarlo, las bolas de la garganta van transformando las gotas dulces de la lluvia en lágrimas de agua salada. Gente, cosas, risas, llantos, artículos, amigos, gente maravillosa, seres mediocres, ladinos y envidiosos, experiencias, enseñanzas, abrazos, besos, amores, desamores, cine, vida”. Y Carlos Boyero dijo adiós al mismo periódico a través de aquel chat suyo en el que le pregunté una semana tras otra por un compañero mío de Diario de Pontevedra al que quise darle una sorpresa que finalmente trocó en desgracia: “Carlos, una vez más, ¿qué te parece el crítico Ramón Rozas?”. “Pues que eres la hostia, Ramón Rozas”, terminó contestando.
No fue mi último altercado con Boyero. Una compañera buscaba documentación sobre el pontevedrés Jorge Castillo y su última película, Schubert. Encontré una crítica durísima de Boyero y se la leí en alto añadiendo una morcilla: “En fin, un bodrio. Pero qué se puede esperar de alguien de Pontevedra”. Nunca pensé que mi compañera decidiese acabar con ella la entrevista. “¿Pero eso ha dicho?”, gritó Castillo. “En fin, está loco, está loco. Tú misma lo ves”.
Wenceslao Fernández Flórez se fue con un alegre ¡Hasta la vista! de La Codorniz: “Yo soy, sencillamente, un hombre muy serio que siente la necesidad de atacar en sus escritos aquellas costumbres y modalidades que le descontentan”. Probablemente su contemporáneo Camba se despidió con algún refrito, que acabaron siendo tan célebres como sus mejores artículos –si no eran lo mismo-, pero fue famosa su llegada a Abc: “A los lectores de Abc yo no voy a decirles lo que gano, ni lo que como, ni lo que peso; pero quiero que sepan mi nombre y que se familiaricen pronto conmigo. Entrar en un periódico es para uno como entrar en el seno de una familia desconocida”.
Pedro Schwartz decidió dejar La Vanguardia tras ocho años y 250 artículos. Su adiós en 2006 sigue vigente, como si hubiese conseguido hacer una columna eterna, nada difícil en Cataluña, por lo demás, donde casi todo es retorno: “Abandono el empeño (…) porque tengo la triste impresión de que mis esfuerzos no han servido para nada: la burguesía de Catalunya, mi querida Catalunya, se va alejando inexorablemente de nosotros, los pobres liberales del ‘Estado español’, en busca de un Santo Grial comunitario”. Reconocía Schwartz, al final de su artículo, que había empezado a felicitar a los jóvenes catalanes por lo bien que pronunciaban el español. Cuatro años después se retiraba Félix de Azúa de El Periódico de Catalunya: “La ruina ha ido ensombreciendo la vida en común hasta el punto de que la próxima campaña electoral está derivando nada menos que en un simulacro de guerra civil. De un lado los insensatos que usurpan el nombre del socialismo, del otro los corruptos que dicen ser populares. (...) En estas circunstancias, la verdad, es inútil tratar de influir en la vida pública, así que me voy a los cuarteles de invierno a ver si logro hacer algo de provecho”.
La vida de un hombre, según Lee Iacocca, presidente en tiempos de Chrysler y columnista en Los Ángeles Times –que distribuía su artículo a Abc- se divide en tres fases. La primera de preparación, la segunda de ejecución y la tercera de contribución. “Algunos se conforman con una caña de pescar o un palo de golf y llaman eso descanso, pero para mí no es descanso; no es más que venganza, desquitarse por todos esos años de presión y duro trabajo”, dijo en su columna de despedida. Y tanto. Cuenta Arcadi Espada que la esposa de Homero Expósito decía que el compositor había hecho de Chau… no va más 63 versiones. “Yo le decía: ‘¿Hasta cuándo te vas a torturar con eso?’. Me contestaba: ‘Es que no quiero que después venga ningún boludo a decirme que la coma está mal puesta”. Espada se despidió de El País bailando un tango.
A mí este artículo se me ha ido de las manos, pues debería salir el domingo y a estas alturas del párrafo ya estamos a martes. Si habré llegado lejos con él que ha terminado por dimitir Superman, también por diferencias con los nuevos propietarios: “Esto es lo que ocurre cuando un tipo de 27 años se sienta tras un escritorio y tiene que acatar las órdenes de una gran corporación que en realidad no tiene nada que ver con sus intereses”, dice el autor. Tras irse del Daily Planet, los guionistas se plantean que Superman monte un Huffington Post o un Drudge Report, o sea que bajo la fachada normal y conocida de Superman se oculte Arianna Huffington. Además de salvar el mundo quiere salvar el periodismo dándole la oportunidad de su vida a jóvenes promesas: la oportunidad de convertirlo a él en inmensamente rico.
Ahora debería cerrar yo este texto a lo grande y para ello he descubierto de golpe que se exige mi cabeza, o sea mi despedida. Como si todo lo expuesto fuese estrechando el camino muy a mi pesar hasta dejarme a mí sólo una salida. El Artículo puede con el Autor y demanda su adiós para que el Artículo triunfe; el Artículo le está doblando el pulso al Autor, que de repente se da cuenta de que va a perder su trabajo por tonto. A mi casa se le ha puesto esa luz sombría que se le pone a las casas con recién nacido y un padre que lo va a dejar sin sustento por un final redondo.
Déjenme que por una vez en la vida prefiera sacrificar el Artículo y mantener con vida al Autor, de momento, por el mismo motivo por el que podría hacer lo contrario, que es la obsesión; me resulta imposible que entre tantas palabras escritas ahí arriba no haya una coma mal puesta.

* Documentación: Verónica Puertollano