domingo, 26 de junio de 2011

35

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Hoy es mi cumpleaños.
35.
Eso que está ahí arriba soy yo. Y comienza a gustarme mucho esto de buscar la visión que perdí cuando era niña.
Llevo celebrando el cumpleaños quince días, de la mejor manera que sé. Con amigos.

lunes, 6 de junio de 2011

De 2007 a 2011

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En 2007, escribí ocho cosas que no he hecho últimamente o nunca y que me apetecen.
He sonreído mucho al verlo.

1.- Vivir completamente sola en un espacio abierto que pueda considerar propio. Y no me refiero a comprar una casa. Yo con un piso amueblado (pero amueblado bien: nada cutre) me conformo.
Ya vivo sola, desde hace un par de años. Y desde el primer día pienso que se me tiene que ir mucho, mucho, mucho la cabeza para volver a compartir mi espacio con alguien.


2.- Viajar. Viajar sola. Que eso es un problema, porque soy mujer. Me refiero a viajar, no a desplazarme para ver a los que están lejos. Y me refiero a viajar sola porque no tengo pareja y me temo que no voy a tener a nadie con quien viajar.
Me fui a Nueva York. Y me voy a París.


3.- Ponerme a dieta. Tener la suficiente fuerza de voluntad para ponerme a dieta y perder los treinta kilos que me sobran (que todo el mundo dice que no son tantos, pero son treinta, os lo digo yo, que soy la que los peso) y estar monísima de la muerte. Bueno, monísima no. Delgada. Que es distinto. En fin: que esto no me apetece una mierda, pero tengo que hacerlo.
Estoy en ello. He perdido seis kilos. Me siguen sobrando 24.

4.- Tener un trabajo de lo más estable, con unos horarios definidos, con tiempo libre para ir al gimnasio, leer, cocinar y asumir lo que pienso que es "una vida adulta" y que algunos de mis amigos (algunos de mis amigos con casa propia, pareja y queriendo tener niños, que tiene bemoles la cosa) definirían como "una vida burguesa".
No tengo trabajo estable, pero sí horarios definidos. Mi vida tampoco es adulta. Creo.

5.- Leer. Leer sin que nadie ponga la tele, sin que nadie te moleste porque estás muy callada (¡coño, estoy leyendo!) y escribir en las mismas condiciones.
Hecho. Vivo sola.

6.- Aprender a mirar para hacer fotos (que debería ser cuando tenga un trabajo estable por fin y pueda ahorrar para comprarme una cámara digital réflex).
Tengo dos réflex. Sigo sin saber hacer fotos. Sé mirar fotos, pero no mirar a través de un visor.

7.- Ir a Suiza y tomar un café con una persona a la que no voy a ver nunca. Esto lo quiero desde hace siete años y no va a ocurrir, pero lo sigo queriendo. Antes vivía en Madrid, ahora en Suiza, así que me cae más lejos. Pero tuve la mala suerte de conocerle por internet y él no conoce a nadie en la vida real a quien haya encontrado por la red. Así que me moriré sin oírle la voz ni ir con él al cine ni mirar un atardecer extremeño lila. Y la verdad es que genera una frustración horrorosa. Se pasa con el tiempo, porque ya hace siete años y no afecta tanto. Pero desgasta que es una barbaridad. A él no, digo: te desgasta a ti. Que es peor, dónde va a parar.
Eso sigue igual. No la he visto nunca ni la voy a ver. Han pasado once años. Por el camino, me encontré con otro con el que tampoco me voy a tomar un café.

8.- Esto... No se me ocurre nada. Aprender. Ésa es la octava. Aprender muchas cosas. Más bien, aprender todas las cosas, porque desde hace no sé cuántos años -no lo quiero ni pensar- estoy completamente plana y estancada.

Se supone que aprendo, pero nunca tengo la sensación de estar aprendiendo nada.

jueves, 2 de junio de 2011

Barcelona

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La semana que viene me voy a Barcelona, con una promesa incumplida porque sí he tardado cinco años en volver. En Barcelona está mi más viejo amigo, que no el más antiguo. Le conocí por la red, porque yo a la red nunca le agradeceré lo suficiente algunas cosas, en el mismo tiempo en el que Neno llegó a serlo todo (todas las palabras, todos los libros, todo el cine y todas las ideas) y me dibujó sin haberme visto nunca, con el yin y el yan en un ojo y en el otro una paloma. Guaya, que en realidad se llama Joan, me lleva 38 años, pero yo no lo sabía cuando debatía con él de política y de literatura y de normalización lingüística y de sida y de homosexualidad. Yo lo supe mucho, mucho más tarde.

En Barcelona también está mi amigo más joven. Se llama Pablo y escribe y un día me preguntó por qué escribía yo (porque siempre lo he hecho, cariño: no hay otra razón). Pablo me gusta porque me recuerda a lo que yo fui hace diez años y porque es mucho más valiente de lo que yo lo fui y porque hay textos suyos que me hacen mirar el ordenador con la mirada que yo pongo cuando sé que voy a aprenderme un texto o una cita: cuando algunas palabras van a empezar a formar parte de mí.



A Pablo lo encontré en el mismo lugar que a Marc y a David. Marc siempre ha sido una mano, un corazón muy grande y mucho cerebro. Y David... bueno: estos dos llevan tantos años en tantos sitios (un foro de cine, Facebook, blogs, Flickr...) que a veces sé que me los voy a encontrar en cualquier parte.

Varios años más tarde llegaron los demás. Silvia y sus crónicas, Carlos y su agudeza. Y Miguel, que lleva mucho tiempo resolviéndome problemas, de varios tipos. Y Pertur. Y Emiliano, al que tengo muchas ganas de volver a abrazar. Y Neus, a la que quiero escuchar de nuevo. Y Rubén, Dwaitt, que me acoge en su casa porque desde que nos leímos por vez primera en el Foro de Nueva York caímos rendidos el uno a los pies del otro.

Y un niño pequeño al que no sé si voy a retratar, al fin.



Hay un par de razones por las que voy ahora.

De todos modos, la razón principal es un hombre.

Y no vive en Barcelona.