lunes, 24 de enero de 2011

Si mis fotos hablaran

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Ni sé el tiempo que hace que hablamos, este chico y yo. Un par de años, puede. O más. Asistí, en la distancia, a un embarazo azaroso, a un parto que nos tuvo en vilo (cable va, cable viene: parece que fue hace siglos), a algún cambio de trabajo y varias dudas.

En los foros, la gente me llama la atención por las cosas más peregrinas. En su caso, por un avatar que muestra a Jack Nicholson en El resplandor. Y, como siempre, por la manera de escribir. El qué y, sobre todo, el cómo. Porque este hombre es brillante.

Y acaba de inaugurar blog.

Imagen de Jordi Carranza. Por supuesto.

jueves, 20 de enero de 2011

La propia sombra

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Antes de que David muriera, yo tenía su dirección y su teléfono y fui a Madrid muchas veces desde que nos conocimos. Nunca le avisé y no nos vimos nunca.

A estas alturas, ni siquiera sé si a él le pasó lo mismo.

También supe dónde trabajaba Neno, que sigue siendo una influencia poderosa, porque lo que me dio se quedó dentro de mí y porque jamás he querido a nadie como le he querido a él (más que a él, sí: como a él, no). Me alojé una semana al lado de su trabajo: jamás fui a buscarle.

No pido lo que no sé si me van a dar. No lo pido nunca, no en este terreno.

Tragamuvis, que estaba profundamente enamorado de Yolanda, me tiró los trastos durante años.

Porque el juego forma parte de la vida.

La penúltima vez que me ocurrió, fue divertido porque era de noche y él estaba a mi lado y pude contárselo. La que después iba a ser su pareja nos había sorprendido hablando y, en un aparte, me dijo algo así como que a un hombre no se le podían contar ciertas cosas.

Me reí mucho.

El miedo es libre, pensé. Pero yo he llegado antes. Y voy a saber más. Iba a saber más, después. Como el nombre de las 17 tías con las que se ha acostado mientras estaba contigo. Eso, a ti, no te lo va a contar nunca.

Ni vas a enterarte.

A veces no llegas antes.

A veces uno juega. Uno comienza a jugar: ¿por qué?

Porque el juego forma parte de la vida.

Y resulta que sí, que sí se enteran. Y que hay ciertas palabras que dan miedo. Porque hay quien construye así sus relaciones: acotando.

El amor es esa cosa extraña que te hace pensar, y creer, que una persona es mejor que todas las demás. Y que no necesitas al resto.

Porque ella te basta.

Al cabo de los años, quizá descubres que ella te basta porque no tienes a nadie más.

No hay amigos ni aficiones. Caminas a su lado como una sombra y ella creyó que tú eras su sombra y tú lo creíste también.

Porque una mujer pensó que su pareja era su sombra, le prohibió hablar conmigo. Leyó mis correos (en los que hablábamos de una pasión de él que ella ha cercenado), me escribió para enviarme un mensaje insultante y asistió a todas mis intervenciones en un foro. Yo nunca le dije cuál era mi nick.

Tampoco es un secreto.

No sé si me siento desnuda o prostituida.

He acabado agradeciendo en lo más profundo que la persona que más sabe de mí de ese foro y con la que más me escribo sea una mujer.

Claro que si su novio ve que la llamo "cariño" lo mismo se mosquea.

No sé de quién es la imagen.

martes, 18 de enero de 2011

Joan Margarit

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El lector es el músico que toca la partitura. Con todo lo que él es. Con sus deseos, con sus ilusiones, sus frustraciones, su orgullo, sus sueños o su veneno.

Yo empecé a tocarle hace mucho. No leo libros enteros de poesía, aunque haya libros de poesía que me he leído enteros muchas veces, y hay matices. No recuerdo cuándo fue y no me importa, porque tampoco recuerdo quién me trajo a Auden. Margarit, como otros antes, sin conocerme, me contó una vida que es la mía y le habló a alguien que yo fui, a la corriente subterránea que me habita y que no controlo salvo cuando leo algún verso y sé que sí, que soy exactamente eso. Que otros me ayudan a explicarme. A que sea más fácil vivir conmigo. A mantener la esperanza de que existe alguna clase de piedad.

En alguna parte.

Tantas ciudades a las que debimos haber ido.


Es de ciudades cultas nuestro sueño
con música y cafés hospitalarios,

la majestad de un puerto y estaciones
de hierro y de cristal con los trenes bruñidos por la noche

y por la lluvia, por la misma lluvia
que nos arrulla en un pequeño hotel

o desde las ventanas de un museo.
Hay lugares tranquilos al amparo

de grandes árboles, gente educada,
callada, bien vestida, librerías 
donde los ojos vagan mientras cae la tarde.


Tantas ciudades a las cuales debimos haber ido, amada mía.
La luna sale tras aquellos puentes de hierro de los años

en los que fue cambiando nuestra ley.
Desde entonces el tiempo es una lluvia

que nos inunda como a los tejados.
Pero en la luz del patio están los templos

de mármol blanco y travertino de oro.
Y por las calles de pequeños pueblos

encontramos estucos color tierra,
fastuosos, esgrafiados por el viento.

La casa del balcón posee aún
luz de conversaciones y refugio,

y cuando de los dos quede uno solo,
tendrá por compañía los recuerdos,

la hiedra y el ciprés hasta encontrarnos
en las ciudades de este sueño.


Joan Margarit


La foto es mía.

jueves, 13 de enero de 2011

Baila

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Hay un cierto tipo de intimidad que solo se consigue dentro de los exiguos márgenes de una cama. En realidad el lugar no importa, aunque deberíamos alzarle un monumento a los hostales. Importan el ritmo y la piel, el descubrimiento del mapa que trazan los poros del otro; dejar de mirar a los ojos para empezar a mirar un ombligo; besar el corazón, que se te metan dentro. Parar de pensar. O no. O seguir pensando, verbalizar en silencio lo que piensas, o lo que sientes: la humedad que te baja, la que sale de él; los dedos en las cuerdas; la justa eternidad en que los labios se acercan pero ni se han rozado todavía, las reacciones del cuerpo que crece y se estira y las adivinanzas y comenzar a temblar y los caminos del sartorio y del deltoides.

Y las palabras que se dicen dentro de una cama cuyo tono no podrás repetir con nadie más. Aunque las digas. Porque al final él te estará escribiendo y dibujará parte de lo que tú eres. Y habrá dolor, pero no importará y entrará dentro de ti para que descubras que eres tú la que está entrando y te turbarán las preguntas y todo habrá acabado para comenzar de nuevo porque a veces todo el mundo está dentro de los exiguos márgenes de una cama y fuera de una piel y otra piel no existe nada más.

Baila, niña. Baila mucho. Baila todo lo que puedas.

Este mensaje está dedicado. Y ella lo sabe.

Imagen de Matthew Dolls.

jueves, 6 de enero de 2011

Nigger

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Fue mi autorregalo en Nueva York. Un facsímil de 1994 de la edición de Las Aventuras de Huckleberry Finn ilustradas por Thomas Hart Benton.

De Twain he escuchado de todo. Lo último, que era racista.

Supongo que porque usaba la palabra "nigger".

Hay quien se dedica a opinar de libros sin saber leer o sin haberlos leído, porque Huck va, precisamente, de la amistad entre un niño y un negro, que además es esclavo. Y de la libertad. La libertad que representa Huck y la que quiere para Jim.

En uno de los libros de Tom Sawyer, que es un cabronazo magnífico, inteligente y tierno, Huck se va de casa de la viuda, a la calle, a jurar y cagarse en la puta madre que la parió. Porque las palabras sirven para esas cosas, Tom, y si a mí me quitan las palabras y la posibilidad...

Eso dice. Es un parlamento magnífico de un parrafito.

A mí con Twain me pasa como con Stevenson y con Dickens: que, de repente, en un párrafo, me dan un puñetazo en el cráneo de una manera brutal.

Huck lo hizo, hablando de las palabras que no le podían quitar. De por qué la viuda no le podía prohibir hablar mal.

Y ahora llega un gilipollas que se la coge con papel de fumar y sustituye la palabra nigger por la palabra esclavo.

Para no herir susceptibilidades.

Y a mí me produce estupor que alguien intente enmendarle el estilo a Twain, para empezar, y para seguir me produce auténtico pánico.

Y una sensación de indefensión absoluta.

Huck debe de estar cabreadísimo.

La imagen es una de las ilustraciones de Thomas Hart Benton, que aparece en su página web.

lunes, 3 de enero de 2011

Una foto al día

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He comenzado el año con un nuevo reto. Me convenció, ayer, Pacensepatoso, que en realidad se llama Domingo. Se titula 2011 en 365 fotos y es un grupo de Flickr. No es un proyecto nuevo: hay varias páginas en la red dedicadas a dar consejos sobre ello, como Fotografía Esencial o la de Arturo Goga, por ejemplo. No sabía cómo afrontarlo. No sé contar historias con la cámara. Ni siquiera me aclaro con la técnica todavía (aunque soy de las que empiezan la casa por el tejado y en cuanto mide dos fotos bien se compra una 60D). Pero me gusta el proceso. Y me ha gustado pensar en que puede ser algo que me mantenga activa todo el año y que, al mismo tiempo, me va a servir para escribir más, quizá, y para contarme más. Para recordar, con imágenes y con palabras, cómo ha ido todo. Para comprobar si la creatividad acaba con los dolores, sean estos cuales sean. O si el entusiasmo me hace avanzar. O si podré ir viendo una evolución y atreverme con los temas que no me gustan.


La primera imagen que colgué es este enanito. Está en mi árbol de Navidad. Ese día hice un sinfín, porque comencé el año en casa de María, como siempre, tomando café y galletas de chocolate, con dolor de riñones (eso, menos mal, no ocurre todos los 1 de enero) y con amigos. Con los mismos amigos con los que llevo compartiendo las Navidades ya ni sé cuánto tiempo. Ni falta que me hace.


La segunda es la parte trasera de mi iMac. Ayer, por error, introduje la tarjeta SD en la ranura del CD. Por lo visto le ha ocurrido a más gente. Después de un ataque de pánico, con correos a mi Sensei en Nueva York, twitters con Alcintas y Pacensepatoso y una llamada a Abraham (que dio con la tecla y me calmó), la tarjeta está en mi poder y pude descargarla y revelar... todas esas fotos trepidadas porque todavía me lío con la relación entre distancia focal y velocidad de obturación (ya no se me olvida).


Esta es la que más me gusta. La hice sin ponerme a la altura de los ojos de la niña (porque yo no me podía mover de una silla: me estaban tiñendo el pelo), que es la hija de una de las mejores peluqueras del mundo (y la que más me sube la autoestima: debería visitarla una vez al mes, pero soy un desastre). La iluminación tampoco era la mejor y tiene sombras en la cara. Pero me gustan sus ojos, que son así de grandes y azules y profundos y también me gusta su expresión, porque no quería que le hiciera fotos y al final he gastado más de una tarjeta en ella.

Mañana sé qué fotografiaré. A mi amiga Noelia, que está embarazada y me tendrá que enseñar su barriga. ¿Y pasado? Creo que será divertido...

sábado, 1 de enero de 2011

Adiós, 2010

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Ha sido un buen año. Si hablo estrictamente de mí, ha sido un buen año. A mi alrededor, algunos no pueden decir lo mismo: ha habido pérdidas dolorosas, cambios de vida y caos laboral. Pero se casaron Celia y Luis y eso hizo que viera a Vanessa después de muchos años y que le devolviera la visita a Raúl, que ha acabado el 2010 comprándose un ático que tendré que ir a ver cuando lo amueble. Es uno de mis propósitos de año nuevo: ir a Málaga para quedarme hablando hasta las cinco de la mañana con un amigo. 

Se casaron Luis y Celia e hice pan y recuperé a alguna gente y alguien se fue. Alguien me mintió, pero luego descubrí que le ha mentido a todo el mundo. Viajé con Pupe. Se repitió, como siempre, el café de los domingos con Raquel y Joaqui y María y Almudena. Noelia y Juli se quedaron embarazadas. Seguí viendo crecer a Hugo y llegaron Gabriel y Leo a nuestras vidas. Vi a Nerea, a Jesús y a Begoña. He visto a casi todos mis amigos este año.

Y llegaron otros. Incipientes, pero generosos. Llegó Sara y llegó Roy, que ha sido una de las mejores cosas de este año que se fue. Y llegaron otros a los que no les pongo cara ni voz, o a los que les pongo cara, pero no voz, aunque da igual. Sevilla siguió sentándome bien. Fui a Nueva York y conocí a Robert, a Fernanda, a X, a Dennis, a Katty. Le compré una libreta a Elías. Los círculos se abrieron. Celebré el cumpleaños de Sonny Rollins. Me compré una nueva cámara. Salí a hacer fotos. Aprendí.

Aprendí mucho. Y compartí. Y sentí. Y quise. Y quiero. 
Lo demás, a estas alturas, ya no importa.

La foto es mía. El recorte es de Workinpana, porque yo no lo vi.