miércoles, 31 de diciembre de 2008

Aquí Strauss, aquí unos amigos

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Y aquí el señor Karajan, of course...

Feliz Año Nuevo.

(Sí, otra vez).

martes, 30 de diciembre de 2008

Grupos

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Dejé de tener grupos hace mucho tiempo. En la Facultad éramos treinta o treintaypico y salíamos juntos, pero yo tenía relaciones individuales (hechas a base de cafés y confidencias) con cada uno. Una vez leí que los amigos se crean cuando se comparte un secreto. En eso yo lo tengo fácil: hay dos o tres hechos que le he confesado a muy poca gente y que me marcan la medida. Y, además, ya no los cuento porque me cansé de oírme. Los que llegaron después se los perdieron y, la verdad, tampoco hace falta que los sepan. La última vez que los conté estaba en Valencia de Alcántara: eran las siete de la mañana y hablaba con un hombre con quien soñé hace dos días, llena de añoranza. Se llama Javi y le echo de menos.


Javi fue el último daño colateral de eso que yo llamo relaciones grupales y que odio. No sé qué las sustenta: debería preguntarle a Kois, que es sociólogo, y me lo apunto aquí para que no se me olvide. No sé qué las sustenta pero me temo que es un mucho de celos, otro poco de mala leche y un sinnúmero de malentendidos malintencionados, por no hablar de la falta de coherencia, hondura y lealtad de quienes rajan. La incapacidad de pensar que somos individuos con nuestras afinidades electivas, de callarse la boca o de defender a alguien, cierta inseguridad si se está solo y un punto de autoafirmación en determinados momentos. De aquellos tiempos lamento el miedo. Javi fue el último daño colateral de eso que yo llamo relaciones grupales y, desde ese momento, no he vuelto a tener un grupo más. No me gustan y no los quiero.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Feliz Año Nuevo

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Mis años siempre comenzaban en otoño. Hasta marzo, poco más o menos -menos desde que comencé a trabajar, por aquello de que en mi oficio hay que saber siempre el día en el que escribes, por si lo tienes que hacer para el mañana-, me liaba y decía siempre que estábamos en el año anterior. Cuando me había acostumbrado, casi tenía que tomar las uvas. Después comencé a contar mis años por ciudades y luego me estanqué, de tal modo que siempre digo que conocí, por ejemplo, a Sonia y a Pupe hace un sexenio cuando ya ha pasado casi una década. Pronto comenzaré a no saber mi edad, aunque seguro que, por ahí, alguien me la recuerda un día.

Este año ha sido, también más o menos, como todos. Eso iba a escribir, pero luego me he dado cuenta de que mentía. Se me ha muerto alguna gente, he sentido alguna añoranza por alguien a quien le pedí que se fuera (si es que tengo una boquita...) y hubo algún percance laboral del que procuro no acordarme porque no tiene la más mímima importancia.

Pero también perdí la mitad de los kilos que me sobran (en fin: la mitad menos los que habré puesto durante estos días plenos de comidas y bombones), conocí a varias personas interesantes, Madrid y Sevilla estuvieron ahí como una promesa cierta, tuve un día inmensamente feliz, comencé a vivir sola (que ha sido lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo: esa sensación de llegar a casa y saber que es tu espacio y la sensación, también, de que es un espacio compartido en el que siempre habrá quien se autoinvite al menos una vez por semana) y mi vida social ha sido muy activa y... Y fui de boda, carajo, y ahora tomo los mejores cafés del mundo.

Y, además, supongo que habré llorado, pero no lo recuerdo.

Así que pido lo mismo que el año pasado: Virgencita, que me quede como estoy.

Feliz año nuevo a todos.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

A mí sí me gusta

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No es un villancico, pero...
Me ha gustado la iniciativa. Músicos de todas partes del mundo cantando esta canción. Que, además, es una de mis favoritas.

Últimamente África me llama. Y otras muchas partes, pero sobre todo África. He acabado el año siendo vicepresidenta de una ONG que se pondrá a trabajar "en serio" una vez pasen las fechas navideñas; he aprendido a despreocuparme por lo que no puedo cambiar; he aprendido a controlar ciertos aspectos de mi carácter (algo que le debo a un hombre maravilloso que se llama Luis y al que nunca se lo podré agradecer lo suficiente, porque él va a pensar que no hizo nada cuando lo hizo todo); se me ha muerto alguna gente de la que ya escribí aquí; comencé este blog y otros dos más; he sido muy feliz, inmensamente feliz, a pesar de las épocas de sequía y de hastío, que llegan todos los años y... Bueno, se supone que este mensaje debería escribirlo el día 31, pero como supongo que estaré muy liada comprando regalos y demás, no está mal tampoco hacer balance ahora.

¿Qué vais a hacer esta Navidad... o estas fiestas del Solsticio? A mí me faltarán un hermano y una cuñada (dios, qué mal suena lo de cuñada: un hermano y una amiga que da la casualidad de que vive con él desde hace no sé cuántos años) y esta noche estaremos tres a la mesa y sacaremos el Trivial, que es un entretenimiento tradicional y divertido y descorcharemos vino, supongo, y nos relameremos con una buena zapateira... Y, además, estoy de vacaciones.

Me gusta la Navidad. Queda fatal decirlo, con lo moderno que es que no te guste la Navidad, pero a mí me gusta la Navidad.

Así que feliz lo que sea.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Esquizoide

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Hago malabares. Me pruebo un abrigo monísimo de Desigual y sueño con que mi armario se cae de ropa igual de monísima con la que yo, que he perdido los no sé cuántos kilos que me sobran junto a los tres o cuatro que pondré esta Navidad, estoy divina de la muerte para siempre y por fin. Soy ya, oficialmente y con sus papeles en regla, vicepresidenta de una ONG y cambio mi deseo de viajar a Nueva York por pasarme un mes en un hospital de Douala, Camerún. Me suscribo a la mejor revista que hay en el mercado sobre consumo responsable, pero compro alimentos que no tengo ni idea de dónde vienen porque las etiquetas son una jodienda (en el pescado ponen Atlántico Norte: pues no es grande el Atlántico) y los compro en una superficie que además es francesa pero es la que está al lado de casa. Mi huella ecológica en lo que a transporte se refiere es casi nula: he cogido un avión cinco veces en mi vida y siempre uso el transporte público o me llevan, pero tengo un ordenador y dos móviles hechos con coltan, que está provocando una guerra en el Congo horrorosa. Me informo sobre la Responsabilidad Social Corporativa en las tiendas textiles pero lo último que adquirí fue una boina hecha en China sólo Dios sabe bajo qué circunstancias.

Tengo 32 años y medio y un principio de trastorno esquizoide.

Imagen: Dualidad, de Carlos Elizagarate.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Vallecas

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Tiene un colchón de lana, una pared de láminas de madera con un póster soleado y zapatista, una estantería azul que quiere ser un pueblo de Grecia, una espiral de incienso que se trajo de Vietnam y muchos libros. También -vale, lo diremos- unos muebles lacados en rojo con un filo dorado, un suelo muy frío al que se le ven todas las pelusas, mil apuntes de arquitectura metidos en cajas, un carro de la compra destartalado para el que no encuentra sitio y la sensación de estar de paso.

Vallecas sigue siendo el centro de operaciones. Pasear por Vallecas es como estar en un pueblo desde el que se ven los mejores atardeceres de Madrid si a uno le da por subir todas las colinas del Parque de las Tetas. También es como estar en el mundo en pequeñito: mil acentos, muchos tonos de piel, mil vestimentas distintas y el deseo de aprender idiomas. Mi radio de acción es también exiguo: centro, Chueca, Vallecas, Lavapiés. Pero, de entre todos los lugares, me quedo con su casa, mi maleta en el sillón, la posibilidad de despertarla después de una noche de juerga, de arrebujarme con ella en la cama para convencerla de que ya es hora de desayunar, calentarle el agua para el café, coger una manta y un cenicero y hablar de cualquier cosa.

No te preocupes: va a ser muy divertido.

Imagen de David Fisher.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ángel Campos Pámpano

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25 de noviembre de 2008


Era el tiempo en que, gracias a Sonia, yo había aprendido a dejar de desconfiar en las grabadoras para registrar la voz y me fiaba sólo de mi memoria y mis apuntes. Así que allí estaba yo, con una libreta de cuadros y un boli Bic, tomando notas, los dos en los sillones de cuero de una de las salas vacías del diario Hoy, hablando de libros y de autores. Yo, medio asustada, como siempre que tengo que mantener una charla con alguien de este tema: una intenta que no se le noten las lagunas, que más que lagunas son torrentes, pero me lo pasé bien. Escribí, página par y tampoco mucho espacio, porque la literatura no va a ocupar nunca la número 3 de un periódico. La cultura, ya lo saben: siempre al final. Bastante hay con que a veces salga en portada.

Unos días más tarde me presentaba, con la misma zozobra, en un instituto de Badajoz. Allí estaba Benjamín Prado, pelos largos, chaqueta de cuero negra, cuñado de Christina Rosenvinge y diez años más joven de lo que ambos somos ahora. Él hablaba con unos y con otros, con sus colegas profesores, de la marcha del Aula Enrique Díez Canedo y la necesidad de apoyos y yo, que me sentía completamente estúpida y fuera de lugar, rompí el hielo diciéndole a Benjamín Prado que en uno de sus poemas había una referencia a mis versos favoritos de Bukowski: oigo incluso / cómo ríen las montañas / arriba y abajo de sus azules laderas / y toda el agua / son sus lágrimas, le recité. Más tarde, escribí de lo que me interesaba: de cómo se pierde el pudor a publicar.

Días después, me lo encontré por la calle. Iba a llamarme o a pasarse por el periódico porque le había gustado mucho lo que había escrito: "Tú lees, ¿no?", me preguntó, pero no era una pregunta. A mí me entró un calorcito por el cuerpo, esa mezcla de vergüenza y orgullo y suficiencia e incredulidad, todo a la vez, que me entra siempre que alguien me elogia.

Antes de eso, yo ya sabía quién era él: años antes, mi hermano Nacho se habia pasado el curso entero hablándome del mejor profesor que ha tenido de literatura que ha tenido jamás y de cómo se lo llevaba en los descansos a hablar de cine y libros, porque los maestros no se limitan sólo a los 50 minutos de aula.

Después se fue a Lisboa. Habían pasado dos o tres años de aquellas charlas, pero Sonia le habló de mí y él se acordaba. Que resultaba extraño que alguien tan joven tuviera tanto horizonte, le dijo.

Fue la primera vez que comencé a creérmelo, aunque nunca me lo haya creído mucho del todo: "Si Ángel Campos Pámpano dice que escribo bien, es que escribo bien". Pasó más tiempo aún y nos vimos en San Vicente de Alcántara, su pueblo, y nos fuimos a cenar y despotricamos.

Yo a Ángel siempre me lo he encontrado en estas cosas: para hablar de libros y entre escritores. Siempre ha pasado mucho tiempo entre un encuentro y otro y lo que me sigue asombrando de eso es que se acordara en todo momento de quién era yo a pesar de los años. La siguiente fue en los Premios Extremadura a la Creación: otro abrazo, Nélida Piñón, Félix Grande, Rosa Regàs. Me dijo que estaba preparando un libro. Le llamé y me lo contó para un programa de cultura que hoy he echado de menos más que nunca.

La última vez que le vi fue en una lectura de Antonio Gamoneda en la Escuela de Arte: "Vengo a entrevistarle, a ver si se deja, porque creo que los medios no le gustan mucho". "Antonio, aquí hay una periodista espectacular -eso dijo de mí- que quiere hablar contigo un rato. Atiéndela, porque es magnífica".

No nos vimos más. Nos escribimos. Su nombre sigue en la primera fila de mis contactos de chat de Gmail. Había descubierto mi blog por un amigo: "Leyendo al Lama, me encontré con una excusa inteligente. Ya ves".

La noticia nos la ha dado Efe. He llamado a Sonia, le he mandado un correo y un mensaje a Miguel Ángel Lama y otro a mi hermano Nacho, que me ha llamado enseguida. He comido sin ganas. Emborrono páginas que colgaré tarde, que es mi mejor manera de llorar. Hemos brindado por él por la noche, con vino de la tierra. Mi hermano ha vuelto a telefonearme, porque estaba triste como todos.

He escrito, también, un texto para finalizar las crónicas que estoy redactando para Ágora. "Sólo sé que le hubiera gustado leer esto, porque yo le gustaba".

No me sale hablar de su poesía, ni del Instituto Español, ni de sus traducciones, ni del reconocimiento internacional, ni de su labor como maestro. Cuento las historias desde mí: lo que me pasó con él, la manera de abrazarme, la forma de hacer que yo creyera. Eso le debo. Se lo debía antes, se lo sigo debiendo ahora que no lo encontraré para hablar de libros, de periodismo, de cultura.


Viene a ser verdad el aire herido
de este doble silencio
que ya no necesita responderse.


Los amigos, y la gente que le quería, han escrito de él: Miguel Ángel Lama, José Manuel Díez, Hilario Jiménez, Javier Figueiredo, Santos Domínguez, Álvaro Valverde, Jordi Doce, Álex Chico, Antonio Rivero, Fernando Valls, Marcos Cantelli, y Sonia y À Toa. Sirva esto, también, como abrazo a todos ellos.


Imagen de Laura Covarsí publicada por el diario Hoy.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El amor, el dolor, el frío

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Hemos hablado sobre el amor. Sobre la imposibilidad de olvidar a quien no se ha ido. Sobre la firmeza de quienes se marchan cuando se lo pides. Sobre la incapacidad de conjugar la realidad y el deseo y la debilidad que nos hace seguir intentándolo las noches de zozobra. Hemos hablado, también, sobre los cuerpos. Sobre quienes son vírgenes aunque hayan dormido quince años con una persona de la que se enamoraron ciertamente. Sobre lo anormal y lo normal de ciertas prácticas para esa mayoría en la que no estamos. Sobre el dolor y el frío que hacen que te ahogues cuando recuerdas. Sobre la incpacidad de comprender perfectamente a alguien sin tener en cuenta la incoherencia en los afectos y en las ganas; sobre el desconocimiento y todos los porqués del mundo. Hemos analizado cada resquicio sólo para volver a quedarnos sin palabras.


Jamás podré meterme en la cabeza de nadie a pesar de toda mi empatía. Jamás sabré qué sentiste y qué pensabas: sólo alcanzo a disculpar lo que yo fui, todas las maneras de ser de las que me arrepiento. Siempre hay otra manera: lo que ocurre es que yo la desconozco. Eso tampoco me salva. Lo que sí sé es la pena que me dan ciertos futuros que puedo imaginar pero que no conoceré nunca. Y ni siquiera te di las gracias por marcharte porque la realidad, ahora, es que nunca quise que te fueras.


Imagen de funadium.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Pornografía infantil NO

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Hace no mucho tiempo, encontré por casualidad -bueno, por casualidad, no: estuve investigando para ver si era tan fácil- un montón de grupos en Microsoft (es decir, en groups.msn.com) con fotografías de niños desnudos o manteniendo relaciones sexuales. No voy a regalarles la grandeza de considerar que son enfermos, porque a los enfermos se les comprende y se les compadece (pobrecito, es que como está mal de la cabeza, se folla a una niña de cuatro años...). Tampoco voy a regalarles la grandeza de considerarlos monstruos. No me apetece, ni quiero, ni puedo. Y no voy a opinar sobre la castración química ni demás, porque tengo un grave dilema moral con los delitos sexuales (que consiste, nada más, en que, aunque comprendo que el sistema debe ser mejor que la gente que condena, mis tripas me recomiendan torturarlos hasta lo infinito y una muerte lenta y dolorosa y sádica).

Buscan ciertas palabras clave: lolitas, pornografía+infantil, angels, boylover, preteens, girlover, childlover, feet boy, pedoboy, boyboy o fetishboy. También pienso que, si nosotros las buscáramos, podríamos denunciar las páginas a la Policía Nacional. Es fácil. Sólo hay que pulsar aquí... Eso sí, la denuncia tiene que ser en persona. O a través de la web de Protegeles, de forma anónima.


viernes, 7 de noviembre de 2008

Polonia

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Se acuesta todos los días a las seis de la mañana y aún no ha recogido el piso que tiene que dejar: llevó siete cajas y siempre encontró algo mejor que hacer. Quedar con amigos, ver un partido de fútbol, escuchar música, leer a Kundera, que le levanta el ánimo, pensar en la partida.

Se va en una semana. Le han regalado El síndrome de Ulises y una piedra de Lisboa y algunos paquetes de ese Vogue polaco que estoy fumando mientras le escribo. "Crea un blog", le hemos dicho. Para que te espiemos mientras estás a miles de kilómetros, queriendo aprender un idioma extraño del que chapurreas sólo unas pocas palabras, queriendo construir otra clase de vida, mientras se vienen encima los nervios y la incertidumbre y el saber lo que sabemos todos: que será duro, pero no imposible.

Crea un blog, niño. Te vamos a echar de menos.

Imagen de Tollaner.

martes, 28 de octubre de 2008

Decir

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Los desconocidos son amigos a los que nunca te han presentado.
Walt Whitman.

Yo he visto a un amigo llorar porque otro se había alejado; a dos hombres heterosexuales besarse en la boca con pasión y a muchos más decirse que se quieren. Durante años he pensado que eso es lo normal: que quienes me decían "ellos no se expresan" no habían conocido realmente a ninguno. Que la castración sentimental era de otros -los de 50, los de 60-. Que lo de los chicos no lloran era tan real como que la mujer ha de ser invisible y discretita, pero que muchos -los míos, los que yo conocía- eran capaces de salirse de sí mismos, construirse de nuevo, asumir todos y cada uno de sus estados de ánimo. En otros casos no, pero lo achaqué a la sociedad -rural- en que vivían. E incluso conmigo, ellos, fueron diferentes. Porque jamás he tenido pudores en mostrarme. Porque siempre me ha resultado fácil que se mostraran. A pesar de la diferencia de edad y los kilómetros.

Al final es fácil: es todo lo fácil que uno quiera que sea. Decir te quiero y que siga significando te quiero por mucho que lo digas -deberían recordárnoslo a diario-, porque es mentira que las palabras se gastan. Decir me gustas, me gusta estar contigo, eres importante para mí, contigo me descubro y me vuelvo inteligente; tocar un brazo, besar un hombro; mirarte a la cara. Sólo hay que saber eso: que quien está enfrente merece que tú lo hagas y ése ni siquiera es un descubrimiento consciente. Lo hablo con las niñas: están de acuerdo con las otras teorías -ellos no son capaces: a una mujer quizá o rotundamente sí si es la suya, pero mostrar debilidad ante otro varón es impensable-. Lo hablo con mi hermano, que no está de acuerdo, por supuesto, porque él es uno de los míos. Y me pregunto qué clase extraña de seres hemos construido basándonos en no se sabe qué y si no será peor cuanto más crezcan.

En todo eso pienso por una charla de bar a cuatro manos que sigue rondándome la cabeza. Alguno se pasará por aquí y deberá saber que disfruté como hacía tiempo. Gracias.

domingo, 26 de octubre de 2008

Paul Newman

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Me empezó a gustar a la vejez. En La gata sobre el tejado de zinc pensé: "Pues no es para tanto". La cara demasiado larga, los ojos demasiado azules. Muchos años después, allí estaba, en pantalla grande, en Al caer el sol, con la Susan Sarandon más glamourosa que he visto jamás. Debió de ser el principio de esta gerontofilia mía que me hace babear con Federico Luppi y Tomás Segovia, pero me enamoré. Me enamoré como todos, porque no conozco a nadie que no haya estado enamorado de Paul Newman.



Tampoco conozco a nadie que no le admire. Ni a ninguna mujer heterosexual que no haya envidiado a Joanne Woodward por acostarse con él en la misma cama -las dosis justas de lujuria y respeto- durante 50 años. Uno detrás de otro.
El sábado de hace un mes fue la única noticia que importó.
Hay muertes que son tuyas.
A su salud, señor. Una botella de bourbon. Sin hielo. Sin vaso.

sábado, 25 de octubre de 2008

Como los curas

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Hoy he soñado contigo y eras otra persona. Sólo cuando me he despertado me he dado cuenta de que eras tú. Ahora, un amigo -un encuentro de una noche en la que acabamos intercambiando vidas, ya lo conté-, dice que si ella no le quiere, prescindirá de la gente común y de su compañía. Hay ausencias que no se llenan nunca: no duelen todos los días, pero de pronto te duermes y te las encuentras. Sé -una, que es muy lista- que el amor se reformula. Que no puedes pasarte la vida enamorado de quien no te corresponde. Que pasa el tiempo y todo pasa. Y que no tener a alguien para nada y jamás es infinitamente más duro que permanecer a su lado de esa manera en que no quieres.

Eso sé. Vale: lo que sé no me impide echar a la gente o que se vayan. Tampoco va a provocar que yo deje de tomar decisiones en caliente y con las tripas, ni que deje de confiar hasta el descaro en quien me parece interesante y se me olviden las armaduras y los pies de plomo a la vuelta de la esquina.

Pero ya sabes. Yo soy como los curas: haz lo que yo diga y no lo que yo haga.

sábado, 18 de octubre de 2008

Tiempo

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He ganado tiempo. Eso significa siesta a veces, un café, pedir hora para depilarme sin tener que hacerlo con métodos rudimentarios y en casa. Escribir. Y, sobre todo, leer. Vuelvo a ventilarme un libro cada dos días. Recupero las ganas de sentarme, de no darme cuenta de cómo van transcurriendo las horas hasta que no me percato de que tengo que encender la luz, de detenerme en una frase, de que las palabras de otro me hagan escribir a mí de nuevo. Hacía mucho tiempo que sólo leía pegada a la pantalla del ordenador, noticias y más noticias, algún reportaje curioso, blogs en los que ni siquiera tengo tiempo de comentar, información para hacer una entrevista medio digna, algunos versos y poco más. Mi trabajo es estimulante, pero a veces te cierra la mente para otras cosas y, durante meses, la lectura ha sido esa cosa importantísima para la que nunca había tiempo, ni ganas, ni ánimo. Eso no significa que no haya leído nada, por supuesto: sólo que no lo he hecho a mi ritmo natural, porque mi ritmo natural implica tener unas cuantas horas por delante, silencio y un sillón. Y me encanta este cambio de funciones: el mundo ante mí para hablar de él y todos esos libros en la biblioteca...


miércoles, 15 de octubre de 2008

Drepanocitosis

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Es la primera vez que participo en el Blog Action Day, el día, además, en que descubro que los poderes públicos, con la crisis económica (ésa que ha provocado la codicia de unos cuantos y que ahora tenemos que salvar todos), actúan como José María Lama, tan certero como siempre, recuerda que actúa el capital.



Mi mensaje contra la pobreza no es un mensaje general. Se llama África. Y, de África, se llama Camerún; y de Camerún, Douala. Douala como primer punto o como primer paso, porque en realidad mi mensaje contra la pobreza se llama drepanocitosis.

Es una palabra que me oiréis nombrar mucho, supongo, a partir de ahora.

Más datos, próximamente.

viernes, 10 de octubre de 2008

A quién van a escuchar

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Mantengo la ilusión de que yo decido. Jamás he contado a quién van a escuchar y por qué, y en nombre de qué cosas, y en qué planteamientos ideológicos se basa mi vida, cuál es el mundo que pretendo narrar. También supongo -en mi descargo- que, a poco que me oigan, sabrán por dónde van los tiros, pero no sé si sería un ejercicio de honestidad intentar contarlo. Contar que yo decido los contenidos, que sólo me baso en lo que considero interesante y ni siquiera en lo que considero interesante para la colectividad, sino para mí. Desde un corredor para salvar al oso pardo en Asturias hasta cómo dormir a un niño correctamente. Siempre he querido creer que todo sirve para algo. Que no decir la nacionalidad de quien comete un delito sirve para algo. Que obviar en una revista de prensa un titular racista sirve para algo. Que hablar sobre la situación de las mujeres indígenas mexicanas -en cuyos idiomas no existe siquiera la palabra "mujer"- sirve para algo. Que puede cambiar en algo la realidad. Quiero creerlo porque también podría elegir hablar de otras cosas: de las ventajas del sistema capitalista, de lo maravilloso que es consumir y consumir o de la poca necesidad que hay -dicen algunos- de que un puñado de personas sepa dónde están sus muertos. Podría adoptar otro punto de vista, pero tengo el que tengo y el que tengo a veces no me basta.

Dos horas para mí, que se me pasan muy rápido, la verdad. Quiero creer, también, que a los demás les ocurre lo mismo. Aunque no conozca a esos demás ni encuentre respuesta alguna.

lunes, 6 de octubre de 2008

Felicidades

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A veces pienso que todas las cosas que me ocurren
me pasan sólo para que yo pueda contártelas.

jueves, 2 de octubre de 2008

Lisboa

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De Lisboa me traigo ceniceros, un salvamantel con un tranvía, la barriga llena y una dieta intermitente y mil balbuceos en portugués. He visto corales fluorescentes, pingüinos y una nutria juguetona, peces de mil colores maravillosos, un grupo de hombres con la cruz y la espada buscando los caminos del mar, las olas del Atlántico... y he sentido esa brisa que se te mete en los huesos y te lega una luz blanca cegadora... He vuelto a caminar por una ciudad que desconozco y que siempre es nueva. Era el primer viaje con mi madre, que nunca había estado en Lisboa y que riñe a quienes molestan a los peces con las cámaras de fotos a pesar de que ellos hablen inglés y no la entiendan. La misma que prueba el carpaccio para descubrir que la carne cruda no le gusta y la misma que se da cuenta de dónde hay momias aunque yo sólo vea una biblioteca. Nos hemos reído mucho, tenemos agujetas y me he tomado el lunes con calma. En la retina, mil imágenes: grupos de folclore, un camarero cariñoso que te tocaba en el hombro casi rozándote, las escaleras interminables, las calles que siempre son cuesta arriba, azulejos, estatuas, jóvenes encima de un monopatín, besos en la Estación de Oriente, una charla política con un taxista que va a Benidorm por los niños, la ternura.

Lisboa y el Tejo, un cuaderno con Pessoa, un gallo, mucha calma y dos días y medio que parecen años.


Imagen de rabataller.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Os presento

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Hugo, mis amigos.
Mis amigos, Hugo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Más feliz aún

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¡Mi sobrino va a nacer!
¡Mi sobrino va a nacer!
(Quién me ha visto y quién me ve, Dios).

jueves, 11 de septiembre de 2008

Asociación Santa Lucía

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Está naciendo ahora: supongo que será un parto duro, pero que saldrá bien. La idea ha sido de una compañera de un foro de cocina (sí, le doy a todos los palos) y, como sé que aquí llega gente de muchas partes de España, pues me gustaría que lo dijérais en vuestros sitios por si alguien está en la misma situación.

Os dejo el enlace a su página: sí, es un blog de recetas riquísimas, pero os pongo el enlace en el que habla de la asociación y de Jordi.

Muchas gracias.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Javi

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Nunca he hablado aquí antes de él y su casa fue, durante años, uno de mis dos refugios en época universitaria. Un amigo suyo lo definió perfectamente: el mejor anfitrión del mundo incluso sin café y sin leche y sin azúcar. Me lleva a Ikea para no volver más, damos paseos por Sevilla, vamos al cine, me mima, me toca, me besa y me abraza. Nos lo contamos todo -sobre todo, lo escabroso- con pelos y señales y nos reímos mucho. Cada día está más guapo. Y me presta a sus amigos.

Es inteligente, es culto, es divertido, le ocurren cosas extrañísimas que no voy a contar porque estamos en horario infantil y que darían para un libro sobre el comportamiento humano y, sobre todo, tiene un corazón como una catedral. No es nada nuevo: mis amigos suelen ser amorosos, por muy fríos a la hora de expresarse que sean unos pocos, pero él es bueno y dulce y provoca muchísima ternura. Y un deseo enorme de protegerlo, aunque al final creo que los roles se invierten aunque no lo veamos y es él quien abarca y acoge y se encabrona cuando los demás damos vueltas y más vueltas a una frase o una mirada que no significan mucho. Puede ser duro, también, porque al final ocurre lo de siempre: aguantamos bien el dolor propio, pero el de la gente que queremos se nos vuelve insoportable.

Hace mucho nos traía las mejores patatas fritas del mundo. Ahora las hemos cambiado por lechuga y pollo a la plancha. Y sí: tenemos menos pelo y somos 13 años más viejos, pero sabemos que estamos mejor que nunca y es real.

Lo bueno de mirar atrás y contar el tiempo es eso: que sabes que llegarán otros trece años y que hay gente, como él, que no se irá nunca.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Desmemoria

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Se me olvidó que te olvidé.

Se me olvidó tanto que paseé por Madrid sin sentirlo, descubriendo calles y más calles desconocidas, tiendas de cómics y delicatessen, un nuevo cansancio en las piernas, unas fotografías geniales. Te recordé con Nerea y, donde antes hubiera habido una charla larga y sondeante, ahora sólo hubo una anécdota mínima, una de esas cosas que tienes que contar porque ella está delante y tenías que contárselo, pero sin rabia, sin pena, sin preguntas.

Se me olvidó que te olvidé.

Se me olvidó tanto que paseé por Madrid y acabé en la Plaza Mayor. Alcé la vista y se me cayó encima, entera, como un yunque: cada uno de los soportales y los arcos, cada una de las mesas de los bares, cada uno de los postigos, la estatua de Felipe III, los escudos. Toda. Me ahogué durante tres segundos y quise reponerme pero sólo dije una frase:

-Vámonos de aquí.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Gracias

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Ayer fui muy feliz.
Inmensamente feliz.
Lo escribo para que no se me olvide esta cosa tonta.
Que ayer fui muy feliz.

martes, 2 de septiembre de 2008

Defecto de fabricación

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Soy experta en sanaciones, en lamerme las heridas y en avergonzarme de hechos que pasaron mucho tiempo atrás.

También me cuelgo de tíos raros, pero eso es una tara más que otra cosa. Uno más de mis defectos de fabricación.

Seis eran dieciocho

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Creo que éste ha sido el meme que ha tenido más éxito de todos cuantos circulan por la red. Os recuerdo: seis cosas tontas que te hagan feliz. Ya he dicho que las mías no son tontas. Me lo ha enviado alguien y sus deseos son órdenes. Podría decir muchas más, pero dejad de mandármelo, por favor.

- Llegar a casa de Nerea y hablar, hablar, hablar... y descubrir, hablando, cosas en las que no había pensado antes.

- El abrazo fuerte de Juan Carlos Blasco cuando llego a trabajar. Todos los días.

- Los mojitos con una rubia y una andaluza hablando de vidas y de libros.

- Volverme loca comprando ropa para un niño que no ha nacido aún. Y no quiero ni pensar en qué haré cuando tenga edad de leer...

- El primer abrazo de alguien que te demuestra que ya has entrado en su vida.

- Hacer planes con Pupe, o que surjan.

domingo, 31 de agosto de 2008

Kois

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Cuando le conocí, hace ya varios años, no sé si seis o siete, me habló muy poco pero no se durmió durante la charla. Ese día yo tenía una verborrea incontrolable, como siempre que la timidez me vence (porque a mí la timidez me vence, pero no me impide) y él, que es tímido de verdad, se mantuvo callado mientras yo me agobiaba por momentos. Quizá nos preguntábamos lo mismo: quiénes éramos y por qué nos eligió ella, a él como pareja, a mí como amiga; si nos gustaríamos él y yo o qué podría pasar a partir de entonces.


Meses después, cuando me contó la historia de Seco y de aquella pantera rosa que hacía agujeros en la realidad, encontré un peluche que le mandé en una caja, con una tarjeta que él no le ha dejado leer a mi amiga jamás, porque es privada y es íntima. Este fin de semana -los míos ahora duran de lunes a miércoles- la he vuelto a ver, en la estantería de su cuarto, y me ha hecho ilusión, porque a mí me hacen ilusión estas cosas tontas.

Kois me ha dado un abrazo. Nunca me había dado un abrazo antes. Ya soy yo, supongo, yo un poco aparte, y no esa amiga de su novia por la que ella deja de hacer planes con él cuando llega a Madrid para quedarse muchos días sin avisar. Me dio un abrazo al verme, me preguntó los planes y me dio otro al despedirse, después de un paseo por Madrid en el que yo descubrí no que la quiere, que eso ya lo sabía, sino que la admira como la admiro yo y que le jode su inseguridad porque está convencido -como yo- de que es un genio creativo, brillante, inteligente, sensible y culto.

También he aprendido, con él, a pasear por las calles de una ciudad para hacer un trabajo de campo y observar cómo se utiliza el espacio, qué movimientos inmobiliarios hay, dónde se ponen las putas, qué tipos de negocio tradicional conviven con los bares más modernos y qué hace falta para que una ciudad sea habitable. Y me ha llevado a una librería feminista para que yo comprara libros de Hanna Arendt y Judith Butler y viera cajas con la imagen de Carmen Martín Gaite, María Zambrano, Virginia Woolf y Carson McCullers. "Esto te va a gustar y no lo conoces": y tenía razón. Aunque lo que realmente me ha gustado ha sido descubrirle a él. Y sentir por él, a la vez, respeto, alivio, ternura, admiración.

sábado, 30 de agosto de 2008

Planos detalle

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Siempre he tenido una imaginación fragmentada. Nunca recuerdo el todo: sólo planos detalle y sensaciones, sabores, olores, palabras. La curvatura de un hombro dorado; la línea de separación del pecho; unas manos muy sabias, de dedos cuadrados, perfectos, que no se me van de la cabeza; una caricia en la pierna que tuvo el poder instantáneo de hacerme temblar como un preludio; unas pestañas muy largas, muy tupidas, sobre unos ojos que saben escuchar; mi risa ante un ronroneo -no te rías- que fue espontánea porque me alboroza ver cómo alguien disfruta; una piel suave, muy suave, cuyo tacto recuerdan ahora las yemas de mis dedos; la manera de apresar un pezón entre los dientes; los dibujos que me hacían cosquillas en el costado; las palabras que no dije por pudor, vergüenza, bloqueo o -mucho me temo- gilipollez; un sexo muy duro rozándome el muslo al principio y su sabor -muy, muy rico- más tarde; la forma de entornar los ojos en una embestida; un susurro que jadea y un gemido; el color del semen encima del ombligo; un beso en el cuello; una lengua que entra en mi boca como si fuera suya; un cuerpo desnudo en la cocina; un antebrazo con la forma exacta.

Todo eso recuerdo.

También evoco lo que no ocurrió. El sabor terroso, amargo y seco de las ganas de más, desde hace días.

Ahora he descubierto que el tiempo a veces no mitiga: potencia.

viernes, 29 de agosto de 2008

Algo contigo

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Suena la guitarra de Vicentico y canta una canción que no compuso él. Es la mejor versión que he escuchado nunca de ese bolero. Quizá no sea la mejor, pero a mí su voz me estremece porque una vez me dedicaron este tema, este tema suyo que no es suyo, y me compré ese disco sólo porque ya me sabía la letra de memoria. Lo escuché y creo que lloré, no lo recuerdo, pero supongo que sí, porque en aquel momento todas y cada una de las frases eran reales. Sobre todo una.

Posiblemente, no conozca a muchas de las personas con las que me apetecería tomarme un café. No conocí a Jorge, que me mandó un cuento de Allan Poe para explicarme por qué se iba. Ni a Minerva. Ni a David, que murió y por el que dos seguimos manteniendo un foro de debate que no es lo mismo sin él. No conozco a Náufraga, a pesar de que nos escribimos desde hace ocho años. Ni a Karma7, ciruja, Tuppence o Vertigo y no sé si habrá alguna oportunidad de quedar con Tragamuvis en cualquier lugar del mundo. Tampoco voy a encontrarme nunca con la persona que me dedicó Algo contigo, pero eso ya no duele, o duele mucho menos y sólo duele a ratos.

Ahora tengo aquí a un anónimo que me escribe versos. Me gustan los poemas que escoge y al principio se me saltaron las alarmas porque pensé que podían ser dos personas. Nunca he sabido que una de ellas leyera poesía y la otra no escribe como él, pero se le parece. Reconozco estilos cuando he leído mucho a alguna gente, aunque no soy infalible y cualquiera puede disimular. Y, si no fuera porque dudo mucho de que mi otro candidato sepa quién es Santos Domínguez, le hubiera dado todos los puntos. Por muchas razones. Hasta que me di cuenta de que podía ser un ella y no un él y de que posiblemente haya llegado a este sitio por casualidad y haya querido comunicarse con las palabras de otros. Quizá un día se vaya también y yo me acuerde a ratos de ese anónimo que me escribía versos.

Sigo escuchando canciones que me recuerdan los encuentros que nunca se produjeron. Antes cantaba Vicentico. Ahora es Calamaro quien grita.


Cuando yo creo que estás en mi poder, tú te vas soltando, te vas escapando de mis propias manos (...) Al final me aclaro que te estás burlando, que te estás riendo, en mi propia cara de mis sentimientos, de mi corazón.

Parece que escojo el principio, pero que nunca soy capaz de elegir los finales.

Imagen de Janesdead.

domingo, 24 de agosto de 2008

Fernando Hernández Pelayo

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No sé a qué hora nos han dado la noticia, porque estas noticias siempre te las dan. Te las dan y no te las crees y recuerdas, intentas recordar, cuánto tiempo hace que no le ves y fue hace poco pero a ti te parece mucho o qué más da.

Le conocí, no podía ser de otra manera, en una rueda de prensa. Luego nos vimos muchas veces más y, entre comparecencia y comparecencia, me contó que era de Cáceres, que había adoptado a dos niñas chinas, que tenía dos hijos más y que estudió en la Complutense.

Siempre recuerdo las primeras imágenes: un tipo muy grande, orondo, muy guapo, camiseta gris, vaqueros y unas gafas de espejo rarísimas con los cristales naranjas. Llegó a Adenex cantando y, a partir de ahí, comenzamos una especie de rito, cada vez que nos veíamos:

-Fernando, cántame...

Y me cantaba.

Se llamaba Fernando Hernández Pelayo. Nació un 14 de agosto de 1958 y falleció un 23 de agosto de 2008: que es el día en que escribo esto, sin creérmelo aún.

La última vez que le vi, se iba ya y le llamé:

-Hoy no me has cantado nada, pedazo de negligente.

Y, como siempre, me miró. Y me cantó.

viernes, 22 de agosto de 2008

Seis eran doce

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Por riguroso sorteo entre sus amigos, me llega de José Manuel Díez un meme que ya hice por encargo de Puntos de Vista: el de las seis cosas tontorronas que te hagan feliz. Y, aunque estoy de acuerdo con él en que ninguna de las cosas que me hacen feliz son tontas, procedo a buscar otras seis:

-Los nervios antes de abrir la puerta cerrada del salón el día de Reyes.
-Sentarme en el sofá de la casa de Maricarmen para hablar con ella y con Javi, leer los periódicos, ver una película, dormitar...
-Cantar. Escuchar a Pupe y mi hermano Nacho cantar. Cantar con Pupe. Cantar con Julia. Tararear canciones en un concierto o gritarlas directamente.
-Curiosear en una tienda en la que vendan cosas que me gustan: libros, cachivaches para la casa, productos gourmet, especias, chocolates...
-Las charlas arreglando el mundo.
-Sonreír porque recuerdas.

jueves, 21 de agosto de 2008

Boquerones fritos

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Si fuera a Madrid por primera vez, no dejaría de visitar la Plaza Mayor, el Madrid de los Austrias, el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía y quizá algún convento. Hace quince años que no piso el Palacio Real y el mismo tiempo que no entro en ninguna de sus iglesias. Salvo en la Almudena, ese monstruo horrible con aquel retrato de San José María Escrivá de Balaguer, canonizado por un Papa muy popular al que yo no le vi nunca maldita la gracia y que nos hace recordar a todos que no sufriremos los rigores del infierno. Si es que existe.

Me quedan pendientes la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo Nacional de Artes Decorativas, pero la ciudad que yo habito se mueve siempre entre unos pocos barrios -Chueca, Vallecas, Lavapiés-, en algunos restaurantes de comida internacional -esos vídeos musicales afganos, impagables, Dios-, tres o cuatro cafeterías imprescindibles y varias tabernas con vermú de grifo.

En ninguna ciudad he caminado tanto, en pocas me he emborrachado más a gusto y sólo alguna más tiene ese asombro nuevo de lo cotidiano. Ahora sólo tengo un plan, porque Edward Steichen me espera en el Reina Sofía. Pero eso sí.

Me muero por un café con leche, en taza grande, y una buena tapa de boquerones fritos en el Café Gijón.


Imagen de Ariel Rubinstein.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Promesas que me hice y se me olvidó cumplir

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No hago propósitos de año nuevo. Miento: sólo una vez, en El Convento, Pupe y yo rellenamos una lista que hemos cumplido sólo a medias. Sin embargo, sí hay proyectos siempre. Proyectos que necesitan tiempo, dinero y ganas. En Facebook he rellenado un mapa con (casi) todos los lugares que he visto. Mi radio de acción se reduce a España (no está mi primera casa), Portugal (tampoco está mi segunda casa, que fue A Portagem) y el Norte de África. También he señalado los lugares a donde quiero ir. Algunos son típicos (Nueva York, Orlando, San Francisco, Los Ángeles, Roma, Venecia, Florencia, Buenos Aires, Santiago de Chile). Otros forman parte de esos viajes que una tiene en la memoria por las lecturas (Rouen, La Rochela, Yukon) y otros son destinos que siempre me atrajeron, aunque no pueda explicar por qué. Soy más urbanita que campestre pero siempre he querido ver los bosques canadienses en otoño. Y siempre, también, Transilvania y Kaz y Oludeniz desde que Neno me habló de ellas, más allá de Estambul.


También me propuse aprender idiomas, inglés sobre todo, porque queda lejos el tiempo en que abandoné el árabe, el francés y el hindi. El otro día estuve hablando con Sandra Canudas, que ha editado un libro, Manual para viajeras, que ya tengo y que reúne una serie de consejos para mujeres que viajan solas (Europa se despacha en cinco líneas: no hay ningún problema). Porque hay muchas mujeres que viajan solas y, mientras ellas preguntan, sobre todo, por aspectos relacionados con la seguridad, ellos lo hacen sobre si será aburrido hacer planes y ver sitios sin nadie a quien contárselo.




A mí comienza a atraerme ahora, que descubro que poca gente viaja como yo (que soy incapaz de patear y patear para verlo todo en un día porque, qué se le va a hacer, tomar café en un bar me gusta mucho mucho mucho) y también me digo que debería sacarme de una vez el carnet de prensa internacional (otra cuestión pospuesta mucho tiempo), colgarme una buena cámara al cuello y decir que soy fotoperiodista y estoy haciendo reportajes (que siempre dejan entrar en según qué sitios con más facilidad). Y, como sé que viajaré sola, sólo me he marcado destinos en los que supongo que podría desenvolverme a pesar de no saber el idioma (que a ver qué demonios como yo en Rumanía, además de chiorba y sarmale, que al menos sé lo que son): un Estados Unidos poblado de hispanos, una Latinoamérica en la que se habla español...

Por lo pronto me espera Madrid, como siempre. Y Lisboa. Y Granada. Y una boda en octubre. Y unos pocos días de vacaciones que no sé cuándo tendré. Y una cuenta corriente que alimentar para el año que viene. Y una mochila nueva. Para cuando cumpla de una vez todas esas promesas que me hice...


Imagen de Nueva York de _uncommon.

Imagen de Orlando de Stuck in Customs.

Imagen de Rumanía de Cristian or f_stop.



sábado, 16 de agosto de 2008

En la retina

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He visto a un yonki meterse aire en las venas; alguna bronca callejera; tres cigüeñas bailando para mí durante un día de resaca; tres países distintos y aquí al lado; una flor de jara en los caminos; la niebla menos veces de la que me gustaría; un cadáver de un hombre al que no conocí; las lágrimas de mis mejores amigas (de ellos, no); varias piedras volando en dirección a mi cabeza; tres pieles que se hicieron mías un ratito; muchos paisajes que ya no recuerdo; alguna paliza; una cárcel asfixiante (como lo son todas); un juicio con la primera absolución en 41 años; un cangrejo con las pinzas de oro. He visto un atardecer en el mar y, en el mismo mar, una luna de plata y a decenas de inmigrantes llegar a las costas de Motril muertos de hambre, de sed y de frío mientras un montón de curiosos los miraban. He visto, y vuelvo a ver, a niños metidos en contenedores de basura buscando algo que comer entre los desperdicios. He visto a una mujer con la cabeza abierta por una paliza que le había dado su ex marido con una barra de hierro. Tenía cara de no haber roto nunca un plato, el hijoputa, y una orden de alejamiento que, por supuesto, no cumplió.


Intento recordar. Dicen que el ojo es el órgano más importante porque registra el 85 por ciento de la información que llega al cerebro.

A veces preferiría mirar sin ver.


Imagen de una niña buscando en la basura de Jordi Escarrà.


viernes, 15 de agosto de 2008

Las palabras que son suyas

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Al final descubres que todos tienen el mismo miedo que tú. A ciertos temas de conversación, a determinadas preguntas, a la desnudez real (que a veces se mezcla con la física, pero no siempre y no a la vez), al silencio incómodo, a la soledad impuesta.

Amaso una carne que no está y la recuerdo. Sonrío hasta que me duelen las mejillas. Hablo de las mujeres importantes de mi vida y siento la necesidad de tomarme un café instantáneo con una de ellas en su nueva cafetera rojo Ferrari, para intercambiar vidas, caminos de Santiago, risas, un fin de semana lleno de sensaciones y una borrachera de palabras. Hablo de la invisibilidad, de los sitios donde me he quedado, de los fantasmas y de las heridas. Descubro que no me quedan cicatrices, que me apetece regalar un poema, que no me importa contar si estoy cómoda, pienso en mis canciones recurrentes, en las imágenes que proyectamos y confieso que soy incapaz de encontrarle un defecto, por más que busque, a ciertas personas. Imagino otros lugares y, por vez primera, un viaje acompañada que posiblemente no se produzca nunca. Me veo caminando por calles desconocidas, en paz y muy serena y hay también un prado verde. Y pienso si la madurez será, al fin, un equilibrio que te haga disfrutarlo todo como si todo ocurriera por vez primera. Se me empañan los ojos en el momento de la despedida y no sé en qué se basarán los recuerdos ni el tiempo que transcurrirá hasta entonces. Vuelvo a sentir la ternura y unos brazos. Y sé que callaré las palabras que son suyas.

jueves, 14 de agosto de 2008

Para quedarse

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En mi casa, ahora, están los restos de una visita que no recogeré hasta mañana. Una cama por hacer, un montón de cerveza en la nevera, tres botellas de vino sin abrir, un par de vasos largos en el fregadero, una resaca leve de tabaco y ron y mil palabras rondándome la cabeza.

Un Brugal con frío en la terraza equivocada del teatro, dos charlas hasta las cuatro y media de la mañana, unos planes lentos llenos de piedras viejas, el aljibe con peces rojos en la Alcazaba, bacalao dorado, tortas de la Serena y del Casar, una cripta en el museo, el casco antiguo de Cáceres, Coldplay y los Beatles, Buika y Jorge Drexler, Tom Waits y Coltrane. Una cigüeña que marca el camino, una sonrisa perenne, un abrazo largo de despedida y lo demás. Todas las primeras veces en dos días.

Luego ya sí: luego recogí los restos de la visita, la casa se me hizo grande y eché de menos una voz que se me desdibuja. Y la calma de contarle quién eres a un desconocido que no guarda ideas preconcebidas e inmutables sobre ti, el silencio para paladear las conversaciones, mi mirada huidiza cuando yo hablaba porque si miro mucho no me concentro y decirle que cierre los ojos, que yo guío.

Descubro, de nuevo, que no me gusta que la gente se vaya. Aunque creo que él llegó para quedarse.

Imagen de John Muddleman.

lunes, 11 de agosto de 2008

Batería de preguntas

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¿Qué zapatos elige? Más que zapatos, marcas. La mayoría no los aguanto ni un cuarto de hora, pero descubrí los Clarks y los Camper, que no me hacen daño. Creo que los Pikolinos tampoco, pero mi última adquisición necesita doma. No soporto los tacones: me duelen muchísimo los pies.

¿Cuál es su lema en la vida? La gente está fatal... pero todos somos gente.

¿Cuál es la cualidad que más valora en una mujer? La conciencia de género.

¿Y en un hombre? Pues lo mismo: que tenga conciencia de género (pero no del suyo: del mío, ojo).
Pero lo primero que le mira es... Lo que más destaque: en unos los ojos, en otros las manos, o los labios o la sonrisa... No, no me fijo en el culo.

Cuélguese una medalla. Es media medalla. Escucho. Pero sólo a quien me interesa. Quizá sea una medalla entera: antes escuchaba a todo el mundo.

¿Qué rasgo de su apariencia cambiaría si pudiese? Huy, casi toda yo, salvo algunas partes de mi cuerpo que me gustan mucho.

¿Cuál es el defecto propio que más deplora? Mi absoluta falta de sentido de la oportunidad.

¿Y su mayor virtud? Yo es que no creo en virtudes ni defectos; al menos, no en el sentido que les da el común de los mortales. Si tengo que decir un rasgo mío que me guste, supongo que la capacidad de análisis y de autoconocimiento y de lucha (interna) que me ha llevado a ser lo que soy.

¿En qué consiste la felicidad? En que no haya dolor. Claro que si no hay dolor, pero tampoco alegrías, más que ser feliz, eres un corcho andante. Así que reformulo: en que no haya dolor y sí alegrías. Digo.

¿A qué le tiene miedo? ¿Yo? A casi cualquier cosa. A las alturas, a los insectos (menos a las moscas, a todos los demás), a la gente en general, a los conflictos...

¿Qué le aburre? Una charla de cosas de chicas. Es decir, una charla de estética y cosas así en plan: qué guapa estoy y qué mona me veo... No es que me aburra, me pone de los nervios y me dan ganas de matar. Me irrita soberanamente.

Dígame algo a lo que jamás renunciaría. A escribir. Las épocas en las que no lo he hecho, se me han olvidado del todo.

¿Qué hecho histórico le hubiese gustado vivir? ¡Todos! Me hubiera gustado estar en un sinfín de sitios. Quizá no "vivir", pero sí "ver", desde arriba, para saber qué pasó o cómo vería yo lo que pasó.

Posar para alguien... ¿vestida o desnuda? He posado vestida y desnuda: depende de quién sea.

Comida y bebida preferidas. Canelones de mi madre (no puedo comerlos, engordan muchísimo); tiramisú -o cualquier postre, aunque ése por encima de todos los demás-; Coca-Cola; vino o Brugal-cola. Depende de dónde y con quién.

Un disco o una canción. Como siempre, depende de la época. Ahora me ha dado por Miénteme bien, de Concha Buika.

Una película. El hombre elefante, de David Lynch.

Un libro. Hay cientos de ellos. No podría elegir uno.

¿Y el que nunca ha conseguido terminar? Tengo muchos pendientes, me pasa como con las películas: muchos clásicos: Thomas Mann, Stendhal, Cervantes... La lista es infinita. Ahora, si de terminar se trata, nunca he conseguido acabar ninguno de Victor Hugo. No me pregunten por qué.

¿Cuál es su personaje de ficción preferido? Merry Brandigamo, Akela, Grimya, Sidney Carton, Aslan, Lobezno...

En la vida real, ¿tiene héroes? Sí: los que lo intentan (y a veces hasta lo consiguen).

De no haber sido periodista, ¿qué le hubiera gustado ser? No lo sé, no me veo en ningún otro trabajo. Eso sí, me gustaría ser periodista de viajes, por ejemplo. O escribir artículos y que me pagaran una pasta, cuando yo quisiera...

¿Dónde le gustaría dejar huella? Hombre, hombre, puestos a pedir, en la Historia de la Literatura Universal, tipo Shakespeare. Pero no escribo tan bien, ni de coña.

¿Y cómo le gustaría ser recordada? El recuerdo y la memoria son actos personales, así que cada cual recordará lo que tenga a bien recordar, si es que recuerda.

¿Los zapatos de quién le hubiese gustado calzar? Los de nadie: si calzo los míos, sé a qué nivel de sufrimiento y de felicidad me someto. Pero no sé si calzando los de otro podría aguantar su vida como aguanto -y me gusta- la mía.

¿Cuál es la virtud más sobrevalorada socialmente? Dos: la ambición y la belleza.

¿Qué talento le gustaría tener? Escribir bien. Saber tocar cualquier instrumento (pero sin estudiar). Saber idiomas (pero sin estudiar). Saber bailar (soy un pato mareado). Saber hacer todos los deportes (soy un pato mareado: ah, eso ya lo he dicho).

¿Para qué se considera un as? Para que gente que no habla con nadie me cuente su vida al primer impulso.

¿Y para qué una negada? Para todo lo que necesite algo de forma física.

¿Cuál es su posesión más valiosa? Fotos, libros, marionetas, plumas estilográficas.

¿Tiene algún apodo? Sí, dos. Son variaciones de mi nombre. Y no son diminutivos.

¿Cuánto mide? 1,70 metros.

¿Qué defectos le resulta más fácil disculpar? Sólo hay un "rasgo de carácter" que yo considere como un defecto en toda regla. No aguanto a la gente miserable. No la soporto.

¿Qué le hace reír? Muchas cosas, me río mucho.

¿Qué es un buen insulto? No son insultos, pero me gustan las comparaciones y las cosas que dice un compañero de trabajo, inteligentísimo y peculiar. Por ejemplo: "Ahí estaba ella, fumando como una puta detenida". O un día que estaba yo en el trabajo y le dije a otra amiga: "María, a fumar". Y él, tecleando en el ordenador e impasible, saltó: "Comentario patrocinado por Galletas El Nazi".

¿Su mayor extravagancia? No tengo ninguna, que yo recuerde.

¿Hay algo que aún no haya hecho y que le gustaría hacer? Sí: hacer todos los viajes que no hice.

Una tarea del hogar que disfrute. Ninguna, por Dios. Ninguna ninguna ninguna. Cocinar para los demás, sí. Pero no es una tarea del hogar.

¿Por qué le echan la bronca en casa? Hace catorce años que me fui de casa: ya no me echan broncas. Antes me las echaban por no llamar.

¿Cómo se relaja? Escribiendo. O en un jacuzzi.

Nunca sale a la calle sin... Las llaves de casa. Sin dinero puedo salir. Sin gafas de sol también. Puedo salir sin nada (pero vestida, ¿eh?). Pero si me olvido de las llaves, luego no puedo entrar: vivo sola.

¿Cómo le gustaría morir? Yo no quiero morirme. Pero, como no queda más remedio, sin enterarme.

¿En qué ocasiones miente? Cuando no me queda más remedio que mentir piadosamente, que se llama; o que ser hipócrita: lo estoy perfeccionando desde hace unas tres semanas, pero mi bilis no lo aguanta mucho: luego tengo que fumarme un cigarro o se me hinchan las aletillas de la nariz.

domingo, 10 de agosto de 2008

Los libros que cambiaron tu vida

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El País publica hoy una lista de 100 escritores que escogen, cada uno, 10 libros que les cambiaron la vida. Las listas van cambiando y, además, considero que los libros que tienen ese poder lo ejercen, sobre todo, en la infancia y la adolescencia, cuando estamos descubriendo el poder de la lectura. Por eso, entre tanta sesudez, me encanta encontrarme con un Javier Marías que destaca La isla del Tesoro, o con quienes no son sospechosos de profesar religión alguna y nombran La Biblia, cuyo Eclesiastés yo sigo nombrando a la menor ocasión. La he guardado, para que me sirva de guía, pero me encantaría un porqué. Qué tuvieron esos libros que no tienen ninguno de los demás para poder cambiar a alguien, si es que ese cambio ha sido real y no se basa en una mera relación de títulos para la galería. Quizá los que yo nombre no sean mis preferidos, pero sí tuvieron ese poder.

1.- Rebelión de verano. No recuerdo el autor, según internet y si no hay ningún libro que se llame igual -en teoría no, pero en la práctica existen- pueden ser Bill y Vera Cleaver. Yo sólo sé que lo leí cuando tenía seis o siete años, que terminé llorando a moco tendido y que, cuando lo terminé, volví a abrirlo por la primera página para releerlo. Hablaba de la malaria y, sobre todo, hablaba de los dependientes ("el dependiente" se llamaba Luke), de quienes necesitan siempre a alguien al lado. Luego descubrí que soy dependiente a ratos, pero que la dependencia enfermiza de mí me provoca ahogo y angustia.

2.- La Historia Interminable, de Michael Ende. Fue el primer (y único) libro que he leído al alimón. Mi hermano mayor y yo, antes del desayuno, cuando aún dormíamos juntos, nos levantábamos para cotejar nuestra visión de Atreyu, Bastian y Fújur; para imaginarnos cómo seguirían esas otras historias que deberían ser contadas en otra ocasión y para disfrutar como pocas veces he disfrutado más tarde de un libro -por lo que tenía de primera vez y de descubrimiento-.

3.- La isla del tesoro y El Club de los Suicidas, de Robert Louis Stevenson. Porque, leyéndolos, me di cuenta de que se podía envidiar a un escritor: yo, que siempre me he vanagloriado de no sentir envidia alguna de nadie. Sólo me ocurre con él y ni siquiera pienso que sea el más genial de los escritores que frecuento. Pero, cuando una lee cierto párrafo del Club de los Suicidas y comienza a insultar a su autor, al final ha de colegir que eso es envidia de la mala.

4.- Corazón, de Edmundo d'Amici, ese señor que decía que el destino del hombre depende de que en su casa paterna haya habido, o no, una biblioteca. Porque tenía razón y porque he crecido con Garrone y con el Albañilito y con ese personaje aprendí a que me gustara la suciedad que procede del trabajo.

5.- Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, porque de ahí viene mi concepto del honor.

6.- Trilce, de César Vallejo, porque lo leí con once o doce años y fue el primer libro de poemas que me emocionó.

7.- Cualquiera de los libros de Louise Cooper, que fue mi primer acercamiento a la literatura fantástica y a la que le debo, en mucha parte, la manera que tengo de preguntar cuando el tema es doloroso para mi interlocutor. Me falta la segunda parte de El Señor del Tiempo y Timun Mas los tiene descatalogados. Cabrones.

8.- Dumas. Los tres mosqueteros, Veinte años después y El Conde de Montecristo, porque fueron los primeros personajes (junto con Tarod, del Señor del Tiempo, de Louise Cooper) de los que me enamoré físicamente. Taquicardia me entra cuando los leo, oigan.

9.- El libro de la selva (que en la edición que yo tengo se llama El primer libro de las Tierras Vírgenes y El segundo libro de las Tierras Vírgenes) que me hizo darme cuenta, cuando los leí, (también era muy pequeña: ¿veis? los libros que cambian la vida, al menos a mí, son los de infancia) del daño que ha hecho Disney y de que la falsa modestia no sirve de nada. Y qué carajo, porque siempre quise ser Bagheera.

9.- Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, porque me lo sé de memoria y me sigue emocionando. Cada vez que lo recuerdo se me pone la carne de gallina. No sé en qué me cambió la vida, pero supongo que si despierta en mí todo eso, es que algo debió de hacer en favor de mi sensibilidad.

10.- Matar un ruiseñor, de Harper Lee y Rebeca, de Daphne du Maurier: los dos por la misma razón: por mostrarme, al más puro estilo David Lynch, que las cosas no son lo que parecen.