martes, 31 de julio de 2007

Caballero, legionario II

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Iba todos los días allí, al bar de altos mandos de la Comandancia General de Melilla, prohibida la entrada a civiles solos excepto a mí, que me tomaba un café de lunes a viernes y algún día festivo de servicio, de guardia.

Él iba a mi trabajo una vez por semana, a redactar el Puerta de Santiago, varias páginas de periódico militar, una noticia tras otra con fotos y artículos. Venía con dos compañeros, los tres de uniforme, callados, serios -tímidos, eso lo supe después-. Un día pregunté quién llevaba Prensa en la Comandancia, yo había pedido Defensa para evitar que se ocupara de esas noticias cualquier exaltado promilitarista, y mi compañera Pilar se rió: "Mira, te voy a presentar a mi marido, Paco". No me fijé en él hasta entonces. Pelo castaño rojizo, alguna cana, ojos azulísimos, 34 años -yo, 23-, labios carnosos, bien dibujados, dientes perfectos, una sonrisa estupenda. Una semana más tarde lo llamé, pásate por aquí, y no sé cuánto tiempo transcurrió, pero fue poco, hasta el rito de los cafés diarios. Paco, Ricardo y Jáuregui fueron mis tres hombres de Melilla, los que me salvaron la vida aunque me llevaran once y 19 años, y fueron importantes y definitivos.

Hubo más, pero hoy les toca el turno a ellos dos.

Le tengo cariño a dos Cuerpos del Ejército. Uno es Caballería, el Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara número 10, Francisco Sánchez Nicolás, primero alférez, después teniente, la voz de tela, los ojos azules y grandes, el cuerpo preparado para el abrazo cuando yo quería, y sólo cuando yo quería, porque el contacto físico nunca ha sido el fuerte de ningún soldado. El teniente Nicolás, murciano, ordenado, serio, cariñoso, dulce y el hombre más bueno que he conocido.

En su departamento había cinco o seis más. El capitán Salas, otro teniente del que no recuerdo el nombre -con la cantidad de cafés que me he tomado con él- y un sargento de la Legión, que había escogido a Jesús para Prensa porque es capaz de acertarle a un gorrión entre los ojos a 500 metros. Nunca vi la relación, pero me alegro, porque ahora no está en mi vida, ni sé qué ha sido de la suya, pero si recuerdo su cara y su manera de mirarme, descubro que sigo sintiendo lo mismo, el mismo amor, la misma admiración rendida y sin condiciones.

Le tengo cariño a dos Cuerpos del Ejército. Uno es Caballería. El otro es la Legión. El Tercio Gran Capitán I de la Legión, porque la Legión es Jesús. Un armario empotrado, el primer premio en tiro en cualquier concurso, casado, dos niñas, 27 años -yo, 23-, rudo, muy serio, muy tímido, muy perfeccionista. El emblema legionario y la bandera de España como salvapantallas del ordenador, la concentración plena en el trabajo y una insignia, el cetme, la ballesta, cruzados, que me regaló el día de Nochebuena del año 1999. Jesús es el silencio. Jamás me he trabajado a nadie como a él, ni he defendido a nadie como a él, porque era callado, porque era serio, porque nadie comprendía cuál era mi relación con ese tipo grande que era el arquetipo de soldado bruto y porque no me entendía, pero me escuchaba.

Me escuchan muchos. Me han escuchado muchos. Pero nunca nadie con ese esfuerzo, con la misma clase de concentración que utilizaba al disparar, al maquetar una página, al dibujar un escudo. Los ojos abiertos, sin preguntas, yo hablando, un apretón en el brazo, una mirada. Jesús no iba a ser nunca, yo lo sabía, un discurso acertadísimo y articulado, pero era unos oídos, un gesto tímido de cariño, unos ojos casi negros, una atención constante y un dejar de trabajar cuando yo aparecía por la puerta. Y después fue un desahogo lento, un qué te pasa, media hora de silencio hasta que comenzaba a hablar, una caricia en el hombro y muchas palabras entrecortadas porque la palabra nunca fue su terreno.

Desde que me fui y les perdí, sueño con Paco y Pilar cada tres, cada seis meses. Y, cuando despierto, vuelvo a acordarme, siempre, de Jesús.

Fotos: La primera es de Alfaraz. La segunda es de Aliena. La tercera también es suya.

lunes, 30 de julio de 2007

Caballeros, legionarios

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Cuando vi Los Persas, me descubrí tarareando El Novio de la Muerte (que no es el himno de la Legión, pero como si lo fuera) y con la piel de gallina. No lo escuchaba desde hacía siete años, pero me sé estrofas de memoria. Con el ejército me pasa lo mismo que con la Iglesia: no comprendo la institución, pero sus hombres, tomados de uno en uno, y no todos, me gustan.

La primera vez fui al Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara número 10. Cuando me pidieron el carnet por vez tercera, me puse en medio del patio y grité mi nombre completo y mi DNI. A los gritos salió el suboficial, que era mi contacto para llevarme a otro superior y así hasta llegar al comandante Colubi, los ojos más azules del mundo, que me paseó por el patio de armas, todos desfilando, creo que tocaba recordar el desastre de Annual, y allí estaba yo, viendo carros de combate (que no son tanques: que son carros de combate), algún caballo que otro, y mirando de refilón al comandante, un cuarentón largo, con un porte de los que ya no he vuelto a ver y guapo hasta hacer daño.

La segunda vez fui a una fiesta gorda en el Tercio Gran Capitán I de la Legión. 20 de septiembre del año 1999. Después de mirar el desfile, los soldados, las cabras y los jabalíes, pedí agua y un cabo, negro como el tizón, me llevó a la cocina, al patio de armas, me dio una vuelta por todo el acuartelamiento (y os juro que es grande grande grande) y me explicó todo lo que se le pasó por la cabeza. En una puerta, había un grupo de tres o cuatro chicos, de gala, y esa conversación sí la recuerdo: "¿Y vosotros quiénes sois?" "Somos gastadores... Los que hacemos virguerías con el cetme". Pasó un capitán, que me vio delante de la puerta y me dijo: "Eso es un museo que normalmente no ven los civiles: ¿quieres entrar?".

Joder, joder, joder. Fotografías, diarios de campaña, misiones en el extranjero, documentos de la Guerra Civil a mansalva, de las batallas en Marruecos... El capitán, un hombre culto y un encanto, me iba explicando mil aspectos de nuestra historia reciente, me enseñaba partes de guerra, me dejaba libros, me hacía fijarme en determinadas fotos. Después, cuando me despedí, volví a encontrar a mi cabo negro como el tizón, nos fuimos a las casetas, me tomé dos tubos de leche de pantera y uno de Bailey's, vi a un legionario de unos sesenta años con todo el cuerpo tatuado, en la espalda una Virgen María inmensamente grande que tengo grabada en la retina, se acercó uno con un porro hecho con cinco cigarros y hay una foto que atestigua todo eso...

La tercera vez, durante uno de esos vinos de honor,
el comandante general, el máximo cargo militar de la ciudad autónoma, se paró a mi lado: "Me leo tus artículos tres veces antes de dormir. ¿Tú no podrías hablar de un bocadillo de chorizo? Porque no me entero de nada. Ahora en serio: me gustan mucho". Desde entonces tuve carta blanca en todos los cuarteles y les fui diciendo a todos y cada uno de los mandos que eran unos pelotas.

Entre esas tres veces, me chupé varias fiestas más, muchas fiestas más, y procesiones del Cristo de la Buena Muerte y más de un himno de la Legión y alguna conmemoración de Annual, de la campaña del Rif y de no sé cuántas batallas más.

Y, en medio, llegó un momento en que, cuando entraba en la Comandancia General de Melilla, no me pedían el nombre ni el carnet. Llegó un momento en que entraba sola en un bar en el que hay un cartel que prohíbe la entrada a civiles si no están acompañados por un militar. Comí de rancho alguna vez. Pasé allí mi primera Nochebuena y salimos de madrugada, por la noche y por la puerta principal, por la que nadie puede pasar a no ser que vista los más altos galones. La primera vez que lo intenté, me apuntaron con el cetme, me dijeron que ésa era la entrada reservada al comandante general y yo le respondí al soldado: "Vaya gilipolleces que tenéis". Iba todos los días allí, a ese bar, sin faltar ni uno, hasta que me fui de la ciudad. De lunes a viernes y cuando él tenía guardia.

No pasan tres meses sin que le sueñe, porque le perdí la pista y el sueño me recuerda que tengo que encontrarla...

domingo, 29 de julio de 2007

Bieito

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La primera vez que le vi, pasamos la rueda de prensa mirándonos: yo asintiendo, chasqueando la lengua, divirtiéndome terriblemente con esa manera suya inconexa de articular las frases, de la que al final descubres que no es sino afán por encontrar la palabra precisa.

-Tu cara me suena... ¿Has estado en Almagro?
-No. No nos hemos visto nunca -"pero no me hubiera importado".

Le grabé seis minutos y me quedé sin nada que decir. Salvo cuando llegué a la radio, en directo y en castúo:

-M'enamorao.
Algún mes que otro después, me he vuelto a enamorar, me he vuelto a quedar sin palabras durante una entrevista, me he divertido terriblemente con esa manera suya inconexa de articular las frases que no es sino afán por encontrar la palabra precisa, me han vuelto a nombrar la energía de las piedras del teatro romano de Mérida y a Howard Zinn y me acuerdo de una mirada honda de la que no recuerdo el color de los ojos. De la voz cálida, la cercanía, la manera de responder, la dulzura, la inteligencia, la humildad, la forma serena de contar las cosas, de fruncir el ceño y de explicarse...
No me gusta hacer preguntas. Es más: me parece absurdo preguntarle a alguien sobre una obra que vas a poder ver. ¿Qué van a decir? Qué banalidad, qué tremendo darle a quienes te leen, o a quienes te escuchan, la perfecta forma de interpretar lo que otro hace. El juego es ése: se someten a eso, una entrevista tras otra; nos sometemos a eso, a preparar preguntas que no quieres hacer y a tener diez minutos o menos, a que alguien de prensa te haga la señal de que vayas acabando... Los mismos ritos, una respuesta tras otra, una pregunta tras otra, lo menos parecido a una conversación, una y otra vez.
Al final he acabado pensando en que debería haber sido honesta. Y haberle dicho que solicité la entrevista para oírle hablar, porque resulta que me gusta oírle hablar, que crezco oyéndole hablar, y que por eso me quedo sin palabras, porque a qué carajo tengo yo que oírme la voz cuando no quiero preguntar nada porque a mí lo que me apetece es un cigarro y un café y que hable, que yo escucho, que me encanta escucharle. Y que por eso me quedo sin palabras en medio de las entrevistas y por eso me siento estúpida, o lo parezco. Por eso y porque Bieito está ahí ahí, en lucha con Elias Koteas... a punto de ganarle el segundo puesto, señores, a punto y cada vez más cerca...
El primero no, perdonen. No se puede tener todo.

sábado, 28 de julio de 2007

O Chapitô

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O Chapitô. Tienen un bar en Lisboa, con vistas al Tajo, propicio para las conversaciones calmadas. Se basan en la economía social, trabajan con niños en los barrios e interpretaron ayer O Grande Criador. Y fue maravillosa. Su recreación de la creación, del diluvio de Noé, de la visita del arcángel Gabriel a María, de la última cena y de la crucifixión fue pura comedia. Humor fino, irónico, preciso, tierno, inesperado. Salimos sin palabras, muertos de risa, de admiración y de respeto.
Qué de problemas tiene Dios...

Fotografía de Efe.

En fin

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No disecciono libros. A los 18, a los 21, era divertido descubrir. Por aquello de la cultura y tal. Un análisis sintáctico, uno pragmático, la estética de la recepción, el postestructuralismo, la glosemática, la teoría actancial, las conexiones intergeneracionales, las influencias, las lecturas políticas, las temporales, las vitales, las circunstanciales; aquí una guerra, aquí un amante despechado, aquí una resentida, aquí una localidad o una región o una patria; las interpretaciones aberrantes que en el mundo han sido; aquí el canon, aquí la ausencia de canon -ja-ja-ja-; si Freud era shakespeariano o, aún más, si Shakespeare era freudiano; si lo inventó o lo traspuso.

Cada día lo llevo peor. Porque la gente lo intenta, y pregunta: tú qué lees, te gusta la poesía -pues depende de cuál-; escribes... Y, sin que tú sepas cómo -de nuevo- te has metido en ese berenjenal sin pretenderlo, te muestran todo lo que han descubierto a fuerza de abrir libros, nombres y más nombres, la obscenidad del conocimiento. Al cuarto de hora comienzo a poner caras raras, a revolverme en la silla, me entra taquicardia, me tiemblan las manos, contesto bruscamente -zas, zas-; reprimo las ganas de ser pedante (que puedo serlo, y de qué modo) y me pongo más y más nerviosa. No articulo palabra, hablo para respirar y ni siquiera sé ordenar los pensamientos, parezco ramplona y no sé enlazar las ideas. Ni siquiera sé si me quedan ideas, a esas alturas. Porque lo que me pide el cuerpo -y me lo pide mucho- es condescendencia irónica, que es la manera más cruel que tengo de ser cruel.

Daría igual, porque no escuchan.

jueves, 26 de julio de 2007

Pau Miró

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Al final harás lo que sabes hacer y escribirás lo que te pida el cuerpo, porque no podrás ser de otra manera. ¿Cómo se disocia? ¿Es el propio gusto garantía de bondad? ¿Qué es lo que logra que un diálogo, la construcción de unos personajes, lo que se quiere decir y la forma en que se dice te peguen un puñetazo en el cráneo, una patada en el estómago, te revuelvan el resto de las vísceras? ¿Cómo se pierde el miedo a que lo que eres, o la honestidad de tu trabajo, o la pasión que te suscitan las palabras, pueda someterse al juicio de una masa informe en la que la individualidad se ha diluido? ¿De qué forma se deshace el nudo de la primera vez?


Hay una necesidad en todo esto. Una necesidad estética, una necesidad de comunicación, una de reconocimiento, una de llegar a creérselo de veras. A creerse que tienes algo que decir y a saber la mejor manera de decirlo. Con lo que queda por leer, lo que resta por vivir, las limitaciones externas o la incertidumbre que provoca no saber para quién escribes.

¿Tú has llegado a eso?, me preguntaste. Sí, claro. Porque yo no podría dejar de hacerlo. Porque no he podido en los tiempos en que nadie me leía. Porque nunca he pretendido que nadie me leyera. Porque cuando comenzó a ocurrir, y me paraban por la calle para decirme que era un honor leerme, yo tenía 24 años y seguía dándome la misma vergüenza que ahora que me vieran desnuda. Porque me fui a una ciudad extraña en la que un hombre que me doblaba la edad y me besaba en la boca, me vaticinó que de mí se iba a hablar siempre y que siempre habría de darme igual. Por todo eso lo conseguí, o nació conmigo...

Pero tú actúas, y diriges, y escribes teatro, y publicas, y al final te sientas en el banquillo, delante de todos. También delante de los que escriben desde la barrera sin conocer el oficio, sin vocación, y sin haber abierto un libro en su puta vida. Qué más da, entonces. Si al final, al final de todo, aunque llegaras a dedicarte a otra cosa, seguirías haciendo lo único que sabes hacer.

La imagen es de Brígido, salió publicada en el diario HOY, y Pau Miró es el primero por la izquierda.

martes, 24 de julio de 2007

Días perros

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Hace una semana, me regalaron un cactus al que le nacen dos flores que duran doce horas. Cuando me levanté, a las seis de la mañana, había un magnífico langosto comiéndose una de ellas después de acabar con la otra. Tres horas más tarde se me olvidó ir a la autoescuela (y al día siguiente me enteré de que me examinaba hoy), luego fui a una rueda de prensa inexistente y por la tarde, menos mal, entrevisté a Alicia Hermida.

Hoy también tocaba entrevista. Y examen de conducir. El relato de los hechos es mucho más jocoso en persona que por escrito... Pero allí estaba ella, con sus rizos negros, su voz a lo Duquesa de Alba y yo, medio tranquila medio taquicárdica y con medio paquete de tabaco en los pulmones. Y con Pau pintado en la mano. Por si me preguntaban: "Tengo una entrevista con Pau Miró esta tarde". Que no, carajo, que la P de Pau significaba "PRIMERA". ¿Cómo puede una dejar de verse las manos al volante?

Me subo (con esfuerzo porque tengo las piernas quemadas: pero ésa es otra historia). Tenía ya colocados los espejos y el asiento. Arranco el motor. Meto marcha atrás porque no podía salir. Estaba en cuesta, así que el coche se movía. Hacía algo de ruido, pero se movía. Meto primera (en ese caso, nunca se me olvida). El coche hace ruido pero no se mueve (¿estará dando contra el bordillo? Mmmmm qué raro, esto). "Si se fija usted, verá por qué el coche no se mueve". Mierda: no he quitado el freno de mano (siempre hay una primera vez): "La madre que me trajo", mascullo. La examinadora responde: "Ella no tiene culpa". (Diso, una meapilas). Salgo. En primera, por dos ceda el paso sin visibilidad. Meto segunda. Un stop. Controlado, claro está. En el stop tengo que pararme. Me paro. No veo. Me paro algo más alante. Estoy tres segundos y preparo embrague. Salgo. Se me cala. (¿Y esto ahora? Si a mí nunca se me cala. Dios, no he metido primera: eso siempre se me olvida). "Aparque usted detrás del coche amarillo, a la izquierda". Me coloco. Coloco el espejo para aparcar. "Hay que colocarse en paralelo para aparcar". (Estoy en paralelo. Paralelo: dos líneas rectas que no se tocan en ningún punto. Qué coño entenderá esta tía por paralelo). Paso de ella, aparco, en un espacio mínimo, una caja de cerillas, aparco de puta madre, porque yo aparco de puta madre, es lo único que se me da bien del coche, aparcar de puta madre. "Ya nos podemos mover". Me muevo. Doy marcha atrás, doy primera, salgo, corrijo trayectoria... "Haga una parada ahí: inmovilice el coche y deje a su compañera". Miro: no he colocado el espejo después de aparcar. No veo por el retrovisor izquierdo. Pero no me doy cuenta porque yo no miro por los retrovisores. Me consuelo: al menos, he aprendido a usar el freno (usar el freno, hasta la clase número 25, para mí consistía en levantar el pie del acelerador).

Cómo cagarla en cuatro minutos todas las veces posibles. Cómo llegar riéndote después de un suspenso estrepitoso. O cómo soltar 235 euros del ala y suspirar... Adiós, flamante nueva cámara Nikon. Otra vez será.

Como apruebe, me la compro. Juro que me la compro.

Ahora, que digo yo... ¿y lo bien que sienta que te suspendan y tener carta blanca para comer gominolas, una chocolatina y pechuga de pollo al roquefort más dos bolsas de Risketos sin sentirte culpable?

lunes, 23 de julio de 2007

En el camino

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Busco una excusa real. Levanto el teléfono. Llamo a otras personas antes que a él. Llamo a su hermana y a su casa. Tecleo un número sin mirar la agenda: el suyo es uno de los dos móviles (el otro es el de Arwen) que me sé de memoria. Me saluda. Está contento de oírme.


Me relajo. La conversación surge. Se ríe. Le cuento. Hablamos. Se burla.

Hace poco menos de un mes le mandé un mensaje: "Podría decirte muchas cosas y casi todas me darían vergüenza. Te diré sólo una: hoy es mi cumpleaños y te echo de menos".

Ahora sonrío y recuerdo una frase suya: "Poco a poco, niña. Poco a poco"...

domingo, 22 de julio de 2007

Gerardo

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Le lleva el órgano a los integrantes de la Capilla Real de Madrid y se quedó en la mesa más lejana, donde yo estaba sola, para mantener una conversación conmigo, porque me observó hablar con otros dos y pensó: "vaya: ¿y esta tía?". Es de San Sebastián, querría cultivar cerezos del Jerte pero allí arriba no existen la tierra ni el clima.
Ese día hacía mucho frío. El verano se volvió loco, pero cantaron, y tocaron, maravillosamente. Aunque tuvieran que reafinar los instrumentos una y otra vez ("que son viejitos"). Pero lo mejor fue el encuentro fugaz, porque hacía mucho que no hablaba tanto tiempo con un desconocido sin sentirme incómoda y sin quedarme sin palabras y sin pensarme extraña o tímida.
Luego me contó que se había quedado por eso. Porque me oyó hablar. Y, cuando se despidió me dijo: "eres muy amena y muy divertida".
Qué bien sienta creerse ciertas cosas...

Fotografía: Jorge Armestar.

viernes, 20 de julio de 2007

Fin de semana

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Un concierto de Montserrat Caballé. Un libro de Céline. Una crónica y diez minutos de Cultura. Una planta de orquídeas a la que hay que regarle las raíces con un difusor en días alternos. Unos veinte capítulos de Sex and the city. Un calor asfixiante. Un peta antes de dormir. Tallarines de arroz ecológicos. Muchas muecas. Madrid y los hombres de mi vida, al fondo. El poder del sexo. Un niño tímido. Las cosas que son vox populi pero de las que yo nunca me entero. Una cena en el teatro romano. Cuatro horas de sueño de menos. Una piedra clavada en un pie. Una cama compartida. Y ella, que ya es arquitecto, que se va un mes a Grecia, que no sabe qué va a hacer con su vida. Ella, el vértigo, la búsqueda...

La foto es de EFE.

El viernes

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Anonadadita me quedo.

Esta portada de La Codorniz nunca existió.

Ésta otra de El Jueves sí existió:

Ahí os va. Que el secuestro no es por lo que dicen, sino por lo que hacen.

Ha nacido un blog de apoyo, para difundir la imagen. De nada, compañeros.

(Si Ivà levantara la cabeza...).

Gracias, Escolar.

miércoles, 18 de julio de 2007

Alicia Hermida

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Le brillan los ojos cuando habla de teatro; se le anegan y se le rompen cuando habla de la Biblioteca de Bagdad, de la destrucción de la Biblioteca de Bagdad y sonríe todo el rato, se apasiona, enlaza (como yo) un tema tras otro: política, teatro isabelino, Irak, Nicaragua, Tokyo, Babilonia... Me recuerda a Ernesto Cardenal, me recomienda a Howard Zinn (y lo apunto para que no se me olvide) y volamos...

No me gustan las entrevistas. No me gusta hacer entrevistas. Empalmo un cigarro tras otro antes, porque queda mal fumar durante, me pueden los nervios y siempre tengo la impresión de que a ellos les apetece tanto como a mí.

Pero, a veces, lo mejor viene después. Cuando se para la grabadora. Cuando la persona a la que entrevistas te mira, te reconoce y os ponéis a hablar. De política, de teatro isabelino, de Irak, de Nicaragua, de Tokyo, de Babilonia... De Ernesto Cardenal, Rilke, John Ford, Dreyer, Bergman, Tennyson, Ibsen, Shakespeare, Chéjov, Petras, Chomsky, Sontag, Lope de Vega... Cuando Jaime Losada, que es su compañero (con quien comparte el pan) saca un tebeo de Julio Cortázar, al final de la charla, y me lo enseña y yo lo cojo con los ojos brillantes, como quien toca un incunable y seguimos hablando de poesía, de literatura, de clásicos, de anécdotas, de la Universidad, de lo impresentables que son algunos que ocupan según qué cargos, de pasiones, de que el teatro dice, de que ciertos textos te cambian la vida, de las vocaciones, la provocación, lo importante que es encontrar un modo de comunicarte... Cuando apoyo la barbilla en la mano, que es la mejor manera de decir que me estoy enamorando de esa mujer... Cuando nos miramos a los ojos, y nos interrumpimos, y nos quitamos la palabra de la boca y ella mira al chico de prensa y le pregunta: "¿Nos tenemos que ir?" y él niega y ella, y su compañero, siguen hablando conmigo en el mismo punto donde lo habían dejado antes y al final, cuando sí se tienen que ir, le digo que ha sido un placer y me mira: "No, no: el placer ha sido mío. Y ni siquiera te he invitado a un café...".

Y entonces recuerdo: la excusa para esta charla ha sido una entrevista.

(La imagen es de El País)

Así lo ven, así lo pintan

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Página web de Rawa.

domingo, 15 de julio de 2007

Cuando acabe...

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... no me preguntes qué tal.
No me jodas la noche.

Conciencia del cuerpo

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Hubo tierra, mar y fuego. El aire eran ellos, que también fueron instrumento, porque nos demostraron que el cuerpo puede transformarse en un laúd o una guitarra. Tony Fabre, el director artístico de la Compañía Nacional de Danza 2, me decía hace poco que no hay que entender de danza para sentirla. Que ocurría lo mismo con un cuadro. Ellos tienen entre 18 y 22 años y saben pintar. Pintan trabajos en el campo y en las aguas, con azul, morado y lila; pintan rapidez y fuerza negra; pintan sensualidad: una sensualidad inocente, inconsciente, ingenua. Tienen entre 18 y 22 años y ponen en escena tres piezas. Jardí Tancat, de María del Mar Bonet, Coming Together, de Frederic Rzewski y Gnawa, de Hassan Hakmoun, Adam Rudolph, Juan Alberto Arreche, Javier Paxarino, Rabih Abou-Khalil, Velez, Kusur y Sarkissian. A ella pertenece esta imagen.

La voluptuosidad de la comunión con la naturaleza; la turbulencia de la repetición de la música; y el misticismo y la comunión del cuerpo y de los músculos. Era la primera vez que veía un espectáculo de danza completo y fue maravilloso.

La fotografía creo que es de Pedro Arnay, que es el fotógrafo oficial del espectáculo Gnawa en la Compañía Nacional de Danza 2.

Meme amarillo

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Aquí estoy yo.


Que no soy así. Que no he querido retratarme. Si uno crea un avatar, ha de ser una versión mejorada: ésas son las reglas.


Siempre he querido poder ponerme un pañuelo en la cabeza, tener esa cintura de avispa y atreverme a teñirme el pelo de azul (que lo haré, lo juro, en cuanto apruebe las oposiciones).

Se puede hacer en la página de la película de The Simpsons, los irreverentes, maravillosos y corrosivos Simpsons.

viernes, 13 de julio de 2007

Desactualizado por teatro.

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Se ha subido el telón hasta el 26 de agosto. Aquí el telón no se sube, pero a quién le hace falta un telón teniendo piedras. Lo pedí entero. Así que, hasta el 26 de agosto, voy a estar viendo obras de teatro y acostándome a las tres o las cuatro de la mañana (y levantándome a las ocho). Sábados y domingos incluidos.

Necesito escribirlo todo, pero en estos momentos prima el sueño sobre la palabra.

Miento: el sueño ha acabado con la palabra.

miércoles, 4 de julio de 2007

Yo, con los ojos de Arwen

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Estaba escuchando a Christina Rosenvinge y, de pronto, me he encontrado con una entrada de Arwen que me ha hecho llorar. Joder, que yo no lloro...

"Hace unos días me decidí a hacer una visita a una amiga. Hacía años que no compartíamos más que un pequeño momento robado a una visita relámpago o una conversación de esas largas, largas por teléfono. Me apetecía mucho verla, sobre todo, porque se acercaban nuestros respectivos cumpleaños y 13 años de amistad bien merecen una celebración.

Fue un fin de semana intenso, de hacer muchas cosas, pero sobre todo de hablar, hablar, hablar y hablar. Ella se quedó afónica por intentar silenciarme, yo me vacié de todas esas cosas que cuento a alguna gente, pero que ella sabe dar la vuelta y devolverme para que lo mire desde otra perspectiva... Desde luego, fueron dos días que no me defraudaron.

La verdad es que siempre me pone un poco nerviosa ir a verla, porque es de las pocas personas que me meten mucha, mucha caña, y es casi la única a la que se lo permito, porque sé que lo hace con buena intención, porque me permite alejarme de mí misma y mirar las cosas de otra manera. Es directa, a veces dura por ello, radical, racional, aunque también terriblemente visceral, divertida, y, sobre todo, amiga de sus amigos.

Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero sé que estará ahí. Da igual el tiempo que haga que no hablamos, si me ocurre algo terrible (bueno o malo) sé que la puedo llamar y me bajará de las nubes, me pondrá los pies en el suelo e incluso se reirá de mis idas de olla (que son muchas y variadas).

Es capaz de decirme que cambie de vida y nos recuerda a los que le rodeamos que primero somos individuos, y que la pareja viene después, porque, si no, las cosas no funcionan.

De las personas más cultas que conozco, jamás me ha hecho sentirme tonta, porque sabe no darle importancia a todo lo que conoce. Por el contrario, me abre nuevos mundos, nuevos conocimientos que ella recita sin darle importancia, porque son tan suyos como su color de ojos.

Un poco rabo de lagartija, se revuelve si escucha algo que no le gusta, pero sabe encajar bastante bien las críticas, aunque a veces le asombren. Eso sí, si en algo nos parecemos, además de por ser cáncer, es porque si los comentarios negativos vienen de jefes inútiles le cuesta Dios y ayuda saber que un jefe es un jefe, aunque con los años ha desarrollado una mano izquierda que le falló en el pasado.

Y esa es una de las cosas que me gustó descubrir hace unos días. Está claro que todos maduramos, pero ella, a la que siempre querré por ser espontánea, directa y, en ocasiones, radical, se ha atemperado y, si bien sigue sin callarse casi nada, percibí una mayor capacidad para soltar lo que piensa sin cargar las tintas, suave 'porque con un poco de azúcar la medicina entra mejor'.

En lo que no ha cambiado es en su desparpajo ante el sexo. Me hace hablar de cosas que casi ni me menciono a mí misma y me obliga a estar alerta, porque ella y quienes la rodean tienen una agilidad para encontrar el lado picante a la vida que me pilla por sorpresa y me deja, más de una vez, colorada. Pero es que esa capacidad de hablar de todo, de quitarle importancia a las cosas que la tienen en su justa medida, por mucho que nos empeñemos en ocultarla, es otro de los elementos que la convierten en la persona a la que me gusta acudir para oírla, para aprender de ella.

Y sabe tocar, y le gusta tocar. Para mí, que casi ni abrazo a mis padres, ahora y cuando la conocí fue un descubrimiento el cariño entre amigos expresado en abrazos, en besos, en definitiva, en tocarse. Quizás no se haya percatado, pero ser su amiga me permitió comprender que todos necesitamos las caricias, el roce: de familia y de la pareja, pero también de amigos, de compañeros. Durante mucho tiempo sólo a ella le permití darme unos abrazos que, por su tamaño y el mío, me ocultaban, y sólo lamento que, tal vez, no le correspondí cuando ella lo necesitaba.

Sin embargo, esos momentos de soledad en los que pudo verse han terminado, porque en mi visita descubrí que está rodeada de gente que sabe quién es y la quiere y respeta por eso. Casi tuve envidia, porque hace tiempo que no encuentro un grupo en el que sentirme integrada, en el que poder divertirme y, si es necesario, llorar. Pero no la tuve, porque se merece estar bien, y que la quieran, que ya bastante tuvo de tristezas y soledades, aunque siempre supo rodearse muy bien.

Volver a verla me transportó al pasado, a rabonas de clase y primeras noches sentadas en un balcón modernista hablando de la que se nos venía encima, a días de trabajo interminables y risas por no llorar ante él, a reportajes manoseados hasta encontrarles forma, a noches interminables persiguiendo cucarachas... y a charlas de los sueños que aún teníamos por lograr.

Sé que le quedan todavía unos cuantos, pero espero que también sea consciente de todo lo que ha logrado, de todo lo que nos aporta y siga siendo feliz porque, al final, es de eso de lo que se trata".

(Yo también me acuerdo de cuando nos sentábamos esa pared, a hablar, a ver el mar, a que nos guiara el faro).

domingo, 1 de julio de 2007

Bares

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Siempre he escrito en los bares. Durante las esperas, sin esperar a nadie, para aventar la soledad, para mirar la Alhambra mientras se hace de noche, contra el aburrimiento o cuando las paredes se caen encima. Todos miran. Empalmo cigarros. Tomo café. Observo. Alguien se acerca. Siempre se acerca alguien. Qué haces. Escribo. Y qué escribes. Cosas. Pero qué: una novela, un cuento, un poema... Cosas. En realidad, siempre escribo una carta y siempre a la misma persona y siempre en un cuaderno grande y gordo. Pero no te lo voy a decir a ti. Y por qué escribes. Ésta me la sé, y los espanta.
Me ahorra dinero en psicólogos.