domingo, 24 de diciembre de 2006

Navidad

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Me gusta la Navidad. Es toda una declaración de principios, porque a los modernos, cultos e intelectuales no les gusta la Navidad. Pero a mí sí, desde siempre. Y deseo Feliz Navidad a todos y feliz existencia y feliz año nuevo, lo mismo que doy la bienvenida al otoño (aunque sólo se la dé a una persona). Me encantan las luces horteras por las calles, el olor a castañas asadas, los preparativos, poner un polvorón para los Reyes Magos en la mesa y los zapatos debajo del sillón (el agua para los camellos ya pasó a mejor vida), escuchar villancicos de niños repipis por la calle y rescatar los del folclore extremeño, en castúo, y el rito (paterno) de cantar Las Doce Palabritas, porque tardamos años en aprenderlas y hay quien todavía ni se las sabe. Y los mariscos de una vez al año, las zapateiras, la llegada de los que viven lejos, preparar la cena, sacar el vino, comerse las uvas sin piel ni pepitas, quedarse otro año en casa (o ir a casa de Raquel) en Nochevieja porque yo no pago 8 euros por cubata de garrafón en ningún bar porque no me da la gana (y además ningún año tengo ropa apropiada que ponerme para la ocasión ni me la voy a comprar). Y la Noche de Reyes, así en mayúscula. Comprar los regalos, gastarte una pasta (que este año sí tengo, menos mal), madrugar ese día... Y esta vez será de lujo, porque dormiremos todos en casa después de años sin estar juntos.
Así que Feliz Navidad.

Imagen de Thomas Nast

viernes, 22 de diciembre de 2006

Foto

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Miro una foto. La ven mis compañeros. La comentan. Es un gesto muy tuyo. Estoy doblada. Partiéndome de risa una noche con amigos.

La imagen pertenece al pintor Diego Manuel.

Piel

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La piel es capaz de rugir antes de que lo haga la boca. Comienza a picar, en el escote, y con el filo de las uñas, de los dedos, casi sin darme cuenta, pero a la vez muy consciente, acaricio el cuello desde la base y bajo. Porque la piel se eriza, reacciona y se levanta. Avisa del ataque antes que yo, o lo espera.
No creo que escapemos si alguna vez surge.



Imagen de Carla van de Puttelaar


sábado, 16 de diciembre de 2006

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Me apetece siempre.
Cuando te leo, también lo necesito.
Madrid.
Compartir una botella y mucho humo.
Compartirte.
Pagar la cuenta.
Emborracharnos.
Que me abraces mientras duermo.
Bailar saltando.
Escucharte la voz y la mirada.

Resaca

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Cambié tacones por botas, abrazos, piropos, bailes, ron, fotografías, exuberancia, desinhibición y unas irresistibles ganas de ser, por fin y de una vez, completamente gamberra.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Fiesta

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Hoy cambio unos tacones por impactar; por una borrachera; por unas risas; por dos miradas. Y hasta por besos.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Yo misma fui mi ruta

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Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.

A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos.

Pero la rama estaba desprendida para siempre,
y a cada nuevo azote la mirada mía
se separaba más y más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
y mi rostro iba tomando la espresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos.

Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Y fui toda en mí como fue en mí la vida…

Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes;
cuando ya los heraldos me anunciaban
en el regio desfile de los troncos viejos,
se me torció el deseo de seguir a los hombres,
y el homenaje se quedó esperándome.

Julia de Burgos

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Masculino plural

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En mi vida siempre habitaron hombres. Desde los inicios. Hubo quien nos enseñó a jugar al hockey. Hubo un primer amigo. Hubo amores imposibles de niñez -Dios mío, cuánto tiempo ha pasado-. Hubo dos por quienes celebré los 24 de marzo como el día de mi llegada a la Badajoz temida, haciendo novillos en el instituto para ir a desayunar. Hubo un primer amor a los diecisiete (a veces todo pasa a los diecisiete) y otro dos años más tarde, con quien hace una década que no hablo pero que siempre pregunta por mí. Hubo pintores y poetas -quién no tiene amigos pintores o poetas en la Facultad-. Hubo quien me enseñó que, cuando uno se pasa la vida haciendo maletas, siempre tiene la prudencia de guardar una mano para agarrarla fuerte. Hubo un flechazo a primera vista y una relación que comenzó una carta y que continúa hoy. Hubo un piso franco en la calle Tintes, sin café, sin leche y sin azúcar -¿recuerdas?- pero con muchas charlas de cama y muchos abrazos. Hubo un yonki, atracador a mano armada, enfermo de SIDA, que me mostró que no todas las experiencias valen. Hubo otro yonki con un perro hermoso que venía flechado si me veía. Y otro más, que me descubrió cómo saben los besos. Hubo un fraile que ya no lo es y que me salvó la vida más veces de las que puedo recordar. Hubo un profesor que me habló de libros delante de un plato de comida y del valor de adoptar una forma de ser aunque vaya contracorriente. Hubo varios maestros: quien me enseñó el valor del camino hacia el Ser y quien confió en que yo podía hacer las cosas de tal manera que me sintiera orgullosa de mí. Hubo quien me construyó de nuevo a los 25, sin habernos visto las caras nunca y sin que haya visos de que un día le conozca la voz y la risa. Hubo sexo cada año a partir de los 28: con un desconocido que ahora es colega, con un amigo que dejó de serlo, con un deseo alcanzable quién sabe si sólo una vez. Hubo parejas de amigas que ya no son sus parejas, y un hermano que es también amigo, y los amigos de ese hermano que son hermanos también. Hubo un militar de ojos azules, un sindicalista, un legionario y un compañero allá en Melilla. Y un escritor guapo que me regaló un anillo que no me quito desde entonces. Y otro que vuelve, como si no hubiera pasado el tiempo ni nos separara el mar. Hubo quien supo de amigos contingentes. Hubo maridos de amigas. Hubo conexiones brutales que duraron dos años y recuerdos. Hubo con quien hablé de política y sexo guarro hasta las seis de la mañana todos los días durante meses. Hubo un diseñador coherente, estable, amoroso, que me dio palabras, cenas y paseos. Hubo un copistero amante del cine y las confidencias. Hubo una casa acogedora en Sevilla, por un amigo común de ojos verdes con quien hablé una vez 29 horas seguidas. Hubo quien se materializó después de cinco años gracias a unos billetes de avión que me regalaron. Y quien no se ha materializado todavía porque me queda conocer Valencia aún. Hubo con quien compartí piso un año. Hubo un amor a primera vista una noche de karaoke y borrachera que sigue siendo un amor. Hubo dos dependientes que me guardaron libros, revistas y cómics.

Los hay que están todavía. Los hay con los que ya no pueden ni la incomunicación, ni la distancia de meses, porque siempre habrá un reencuentro de decíamos ayer. Los hay que son nuevos descubrimientos asombrosos que me cuidan en esta ciudad en la que sólo hay relaciones laborales. Los hay que me desmontan todos los mitos masculinos que enarbolan las mujeres que no han conocido más hombres que sus parejas (aunque ellas piensen que mis amigos son raros). Son hombres/nombres clave. Me definen y me anclan y me recuerdan que siempre les necesité, en esta vida tan poblada de mujeres que llevo ahora, porque la mayoría de mis hombres viven lejos. Algunos se marcharon, o los eché, que es lo mismo. Pero otros siguen, incansables, hablándome de lo que son, lo que quieren, lo que esperan. En eso, como en tantas otras cosas (siempre lo digo) he tenido suerte.

Fotografías de Robert Mapplethorpe.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Barcelona

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Prometo no tardar cinco años en volver. Y lo prometo porque dos días son pocos, poquísimos, para apresar nada de una ciudad como ésta. Me recordó a Madrid. Me recordó a Madrid quizá porque me sentí igual de cómoda que en esa otra ciudad que recorro tanto. Visité curvas y un mercado, lleno de frutas exóticas e insípidas. Paseé. Paseamos. Nos reímos. Arreglamos el mundo.

Y tuve mi ración de descubrimiento. Una cena compartida, unas copas, vino (anotado para la posteridad: Ribera del Duero, Pago de Carraovejas), de charla. De constatar lo que ya sabía. Que, después de un lustro telefónico, Internet, el móvil y el cara a cara no difieren un ápice...


Barcelona ha tenido colores. El de los árboles, los rojos de la casa de Tania y Óscar, la noche cayendo a las cinco de la tarde, el crisol de gentes caminando por las Ramblas, el de los azules y rosas de La Pedrera o los lilas y mares de la Casa Batlló.




Sensaciones. La sonrisa de un anciano que me explicó a Gaudí. La honestidad de un taxista que me dejó en la puerta y apagó el taxímetro y me contó su vida. La de quienes alternaban el catalán y el castellano, hasta que me descubrí diciendo "deu", "bon día" y "gracies". El cansancio en las piernas. Querer andar más, apresar más, y no poder.



Y Gaudí. Que nos ha quedado la sensación de que Barcelona no existía antes de que él llegara, porque hay otras Barcelonas que no hemos podido ver.

Necesito más días en ese lugar...